¿Hacer o no hacer? Esta es la pregunta que me he estado haciendo durante mucho tiempo —no solo ahora, en el encierro. Esta interrogante me persigue desde la universidad, época en la que llegué al pico y comencé el descenso de mi creatividad. Desde aquella fatídica etapa, todo ha sido una interminable caída en la que mis ideas no terminan de dejarme satisfecho. Lo que hago, lo hago de manera mecánica. Es como si los procesos de creación se hubieran vuelto una vieja lista de pasos que tengo que seguir al pie de la letra si no quiero arruinar el resultado alquímico de la operación. Y la sigo. Y soy condescendiente. Y los días se suceden bajo esta apatía.
No sin razón me llaman sistemático.
Alicia persiguió al conejo blanco y terminó cayendo, pero al menos Alicia vio un sinfín de fantasías mientras descendía en la incertidumbre. Ojalá yo me esté dirigiendo a un País de las Maravillas, pues si no, solo hay otro destino posible y no me apetece terminar allá, pues dudo que sea como Karla lo pinta.
Hacer implica disciplina y sacrificio. Puedo hacer sacrificios, aunque prefiera evitarlos. Son parte de la existencia. Sin embargo, he demostrado mi falta de carácter para seguir una rutina: en la disciplina yace la complicación, consecuencia de a una razón harto sencilla que llamaremos Carpe Diem. El tiempo se me escapa y no lo aprovecho como querría, a la vez que sí lo hago —al menos el tiempo del que puedo disponer. Pongamos este ejemplo: me encanta leer, lo disfruto como pocas cosas bajo el cielo, pero he pasado mucho tiempo en The Legend of Zelda: Breath of the Wild y en Animal Crossing: New Horizons, dos juegos que también me han hecho feliz. Me ocupan. Me ayudan a imaginar otros mundos. Pero si quiero leer como antes, tengo que reducir el tiempo con esos dos mundos. Y no quiero hacerlo. Me gustaría poder darle tiempo a todo lo que deseo, pero las horas en el día ya no son suficientes y aunque me mantenga despierto hasta las 5 de la mañana —que es lo que he estado haciendo, parte de la enfermedad recientemente generalizada, el Insomnio del Hogar— eso traerá problemas a la larga. Y también tengo que ocuparme de otros asuntos del mundo adulto, que me reclama como suyo.
Leo la contradicción en el párrafo anterior: para llevar a cabo una disciplina cuando no se quiere, se requiere un sacrificio. Y si no me molesta hacerlos, ¿dónde está el problema?
No hacer conlleva solo una falta hacia mí mismo, al menos en el caso de los hobbies. Inicié VEDA (Vlog Every Day in April) el día de ayer y ni siquiera sé qué tantas ganas tengo de continuarlo; el día de hoy, miércoles 8 de abril, tengo de qué hablar, más no las ganas suficientes como para compartirlo. El fallar este reto no afectaría a nadie, solo a mí. Sería el tercer intento fallido, algo que solo yo sé. ¿Qué más da?, podríamos preguntar. Nada cambia en el mundo. Ninguna estrella detendrá su ciclo de destrucción, ni las plagas invadirán el mundo, ni las Puertas de la Verdad se romperán en esquirlas. Son fallos personales. Una carrera contra uno mismo. No hacer conlleva la caída de una ficha
a la que
posiblemente
otras
fichas
segui
rán.