Desde que nací, el Fin del Mundo tendría que haber llegado en 18 ocasiones, más o menos.
En 1997, la secta Heaven’s Gate predijo que un cometa acabaría con el planeta. Muchos miembros del culto se suicidaron. Dos años después, Charles Berlitz dijo que la Tierra llegaría a su fatídico final el 8 de mayo de 1999. Varios grupos religiosos apoyaron esta idea e, incluso, algunos esperaron en la Sierra Nevada de Santa María a que una nave extraterrestre llegara para salvarlos.
Por supuesto, el mundo tendría que haberse acabado el 1 de enero del año 2000: las computadoras de todo el planeta fallarían, causando catástrofes de proporciones nucleares. El 17 de marzo de ese mismo año, Joseph Kibweteere organizó una fiesta del Fin del Mundo, donde inmoló a 778 personas. El 5 de mayo, Richard Noone afirmó que la alineación de varios planetas del sistema solar causaría la destrucción de nuestro hogar gracias al aumento de hielo en el polo sur.
El Dr. Malachi Z. York, autodenominado la encarnación de Dios y procedente del planeta Rizq, dijo que el Fin del Mundo llegaría el 5 de mayo del 2003. Tres años después, el 6 de junio del 2006, el planeta tendría que haberse acabado debido a la coincidencia de tres números seis en la fecha.
Basándose en un cálculo bíblico, Thomas Chase dijo que la Tierra se acabaría en agosto del 2007. En 2011, Harold Camping aseguró que el 21 de mayo, Dios vendría al planeta para llevarse a sus elegidos, un 3 % de la población total de los seres humanos. En ese mismo año y gracias a interpretaciones erróneas del calendario maya, el Fin del Mundo tendría que haberse dado el 21 de diciembre.
El 13 de marzo del 2013, y según la Profecía de los Papas de San Malaquías, el mundo acabaría con la llegada del 112º papa, Pedro II, el Papa Negro. En el 2014, History Channel anunció que, según los vikingos, nuestro último día sería el 22 de febrero. En el 2016, el 6 de junio, volvió a repetirse el triple seis.
El numerólogo cristiano David Meade aseguró que el planeta Nibiru chocaría contra la tierra tras una alineación de todos los astros del sistema solar. En 2018, David Meade volvió a intentarlo con el planeta Nibiru, que aparecería el 23 de abril.
El más reciente Fin del Mundo se tuvo previsto para el 3 de octubre del 2019, con el paso del asteroide 2008 FT3 y su baja probabilidad de impacto contra nosotros.
A partir de este año, tenemos 5 posibilidades de que llegue el Fin del Mundo, más las que surjan después: Jeane Dixon dijo que el Armagedón sucederá en el 2020. Isaac Newton propuso que la Tierra acabaría en el año 2060. El asteroide 1950 DA, de 1,1 kilómetros, se dirige a nuestro planeta y podría caer en el Océano Atlántico el 16 de marzo del año 2968. El 21 de marzo del 4006, afirma Sabrina Sforza Galitzia, es la fecha marcada por Leonardo da Vinci para el fin de las eras, dato que obtuvo analizando La Última Cena. Por último, la mística Baba Vanga predijo que en el 5078, se atravesarán los límites del universo, causando el Fin del Mundo.
Fuera de esas 18 ocasiones, he sentido que mi mundo ha estado ante su Fin más veces de las que podría contar, si tuviera ganas de intentarlo. Todos hemos tenido nuestro Fin del Mundo en repetidas ocasiones. Algunos estaban en lo correcto, su mundo acabó; otros seguimos aquí y la posibilidad permanece latente. Cada segundo que sucede a otro, podemos considerarlo una victoria.
Esta entrada iba a tratar sobre mi experiencia en Milán y París y el COVID-19. Sobre cómo me enfermé los últimos días que estuve en Italia, justo cuando el gobierno cerró 11 localidades y el virus comenzaba a poner a las personas nerviosas. Sobre cómo el día que volamos a París, hombres, mujeres y niños ya usaban guantes y cubrebocas; sobre la falta de personal en el aeropuerto. Sobre cómo, en París, estuve recluido en el hotel durante unos días, donde un doctor me recomendó hacerme la prueba y terminé dando negativo. Sobre cómo me asusté y sobre cómo tener un amigo al otro lado del mundo puede ser un apoyo inmenso.
Pero, para una persona joven y que no padece alguna condición física grave, esta enfermedad no es mortal. Aunque la hubiera tenido, en realidad, el único peligro habría sido la reclusión de 14 días por la que habría tenido que pasar, lejos de mis amigos y familia, al otro lado del mundo. La soledad puede conmigo más que el miedo a este virus.
Decidí que no escribiría sobre este asunto solo porque resulta un tanto sensacionalista y caprichoso. Es como agitar una bandera roja en medio de un campo blanco. Un sinsentido para llamar la atención. Lo que al menos sí puedo decir es que durante esa experiencia, en realidad nada peligrosa, reflexioné sobre cuánto tiempo estoy perdiendo en esta vida, por hacer cosas que en realidad no me interesa llevar a cabo. Pensé en lo que pido y en lo que doy. En lo que es importante para mí. En lo que haré de ahora en adelante.
Estar encerrado en una habitación de hotel durante cuatro días puede resultar terapéutico.
Ahora bien, el Fin del Mundo.
A veces pareciera que la Vida no nos da descansos. Llegan temporadas en las que nos obliga a caminar por terrenos complicados, azotados por el viento, a veces por la lluvia o el granizo, donde nos caemos, raspamos, fracturamos o rompemos. Existe la posibilidad de que esto también sea parte de su plan especial para cada uno, si es que creemos en ello. Que sea la manera en la que nos prueba para saber si la merecemos y todo aquello que ya mencioné en alguna ocasión.
El Fin del Mundo tiene muchas formas y contiene una infinidad de significados. Para cada uno de nosotros, el Fin del Mundo puede llegar a diario, furtivo, diminuto, imparable. Mucho de esto depende de la manera en que nos tomemos la realidad.
Pensaba en la frase «vive cada día como si fuera el último». Es ridícula. ¿Te has puesto a pensar qué harías el último día de tu vida? Yo sí. Y si viviera cada mañana, tarde y noche como si fueran los finales, no tendría un trabajo estable, quizá pasaría un largo rato llorando y luego reflexionaría sobre todo lo que no hice. O mandaría todo al carajo y perdería la cabeza. ¿Quién en verdad sabe cómo pasaría sus últimos momentos, en caso de tener la energía suficiente como para hacer algo?
Por supuesto, mi interpretación de la frase es extremista hasta un punto ridículo. No se trata de hacer todo sin preocuparse por el mañana, sino de sentir que está valiendo la pena. Quizá se trate de decirle a las personas que las amas, de sonreír cuanto puedas, de abrazar, de no darle vueltas a lo que no puedes solucionar. Ya sabes. Eso de irte a dormir sabiendo que tu día no fue un total desperdicio, dentro de tus parámetros. No tienes que salvar al mundo para que tu existencia esté justificada, lo único que tienes que hacer es dar lo mejor de ti, en el ámbito de tu elección.
Creo que hablo mucho sobre caminos correctos, o si no lo he escrito aquí, pues lo pienso bastante. Muchos seres humanos gastamos nuestras vidas y nos conformamos con pequeñas gratificaciones que las hacen más llevaderas. ¿Está bien? ¿Está mal? Este párrafo en sí mismo ya emite un juicio de valor bastante claro, así que no hablemos sobre qué es bueno y qué no. Solo tengamos en cuenta lo que dijo Aristóteles: que el ser humano viene a este mundo a ser feliz. Y si lo vas a ser, intenta no dañar a los demás. ¿Has escuchado Treat People With Kindness de Harry Styles? “Maybe we can find a place to feel good/ And we can treat people with kindness/ Find a place to feel good”; «Tal vez podamos encontrar un lugar donde sentirnos bien/ Y podamos tratar a las personas con amabilidad/ Encontrar un lugar donde sentirnos bien.»
Seamos realistas: si el Fin del Mundo llegara mañana, nos consumiríamos entre nosotros.