Hace casi tres años decidí hablar en este blog sobre La Mente; en particular, sobre mi mente y lo que ocurre dentro de ella. Me enfoqué en el «trastorno delirante», un padecimiento que se alineaba con mi sintomatología. Al día de hoy, sigo sin saber, a ciencia cierta, si es o no lo que habita en mi mente, pues, como cabía esperar, los monstruos siguen allí ―quizá la cuestión es que me acostumbré a ellos; no somos amigos ni mucho menos, sin embargo, hemos aprendido a soportarnos, coexistiendo en la misma Gran Ciudad Imaginaria.
Llevo mucho tiempo pensando en cómo podría abordar una vez más el tema de La Mente —de la salud mental— sin encontrar la manera correcta de hacerlo; si en estos tres años me he vuelto más sabio o algo similar, desconozco de qué modo seré capaz de transmitir ese aprendizaje a través de las palabras. Puede que sea así porque, en realidad, no siento que mucho haya cambiado; las ideas continúan invadiendo mi mente, las ideas irracionales y misteriosas. Son molestas, sí. Pero pareciera que ya son parte de mí y, cuando reflexiono acerca de ellas, me pregunto cómo es que la gente vive sin tenerlas. Sin su constante compañía. Sin este «pensamiento místico-mágico», como me ha dado por denominarlo, que te dice que si haces algo determinado, podría haber una consecuencia desastrosa.
¿Cómo existen los demás así de simple, sin una serpiente en su cabeza que se muerde la cola?
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A veces todavía me pregunto qué habría sido de mí si hubiera estudiado psicología. Lo consideré, al menos en algún momento. ¿Sería un buen terapeuta? Algunos piensan que sí. Yo también lo llegué a pensar… solo hasta que cayó sobre mí el peso de lo que significa ayudar a una persona a superar una idea, a pasear por su mente y descubrir los múltiples paisajes que se revelan, intangibles, y evadir los misterios que hay bajo cada roca.
Citando a V, de V de Vendetta, «las ideas son a prueba de balas» y la mente está repleta de ellas. De ideas. De diversas formas y tamaños, emiten toda cantidad de luces, de varios colores e intensidades, y también generan sonidos de lo más variopintos. A una idea no se le trata de la misma manera que a otra, supongo… aunque quizás haya, en algún lugar, un bestiario que las describa con lujo de detalle. O, si no, al menos uno que señale lo elemental de sus formas, comportamientos y peligros, para saber a qué nos enfrentamos.
La mente es un micro y un macrocosmos, ambos a la vez. Es pequeña, si la concebimos como el producto de los procesos que ocurren en nuestro cerebro, dentro de nuestro cráneo, bajo la piel de seres que son menos que motas de polvo en el universo. Y, al mismo tiempo, es inconmensurable: en ella existen una infinidad de cosas, de todo tipo. Gigantescas. Diminutas. Posibles. Imposibles. Adentrarse en la mente es una aventura, pues dentro de ella no hay reglas ni limitaciones, e incluso es capaz de vencer al tiempo mismo —esto es algo que Haruki Murakami explica mejor en El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas. La mente es muy poderosa —y terrible, y astuta y… más.
No me gustaría entrar mucho en detalle sobre las Imposibilidades de la mente, porque es algo que quiero tratar con mayor profundidad en otra entrada del blog, sin embargo, asalta mi mente, y con constancia, la frase de la Alicia de Burton: «A veces soy capaz de pensar en seis imposibilidades antes de empezar el día», una realidad que es tan detestable como suena. Lo que no es posible, puede sentirse como que sí; lo que desconocemos, nos aterra. Nos persigue. De ahí nació la magia, y el miedo —o respeto— a la misma; el esoterismo y su mística. Lo que nos es ajeno, lo que no podemos explicar, es misterioso; y si no lo podemos explicar, puede parecer una imposibilidad. Una que, volvemos al inicio, es posible, porque es una idea, y una idea no se erradica con facilidad. Un círculo vicioso. El uróboros de La Mente de los perdidos.
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Al leer de pasada el texto que hice hace tres años, todo parecía ir en una nota alta. Había en mí una preocupación real por los demás, por la mejora, por la salud mental.
Hoy el panorama es distinto.
Es importante, claro, entender a los demás y por lo que pasan. Eso no cambia. Y también, si lo deseas, buscar ayuda.
Pero mi percepción personal es otra; hay un avance. Una convivencia o, por qué no, una tregua.
Mientras el dragón —o la serpiente— se muerda la cola, sus colmillos estarán ocupados. Eso no quiere decir que no siga emitiendo un aura densa y pesada que afecte a todo lo que la rodea.