Clavas la vista hacia enfrente, mientras el sol de la tarde comienza a bajar en el cielo. El camino de tierra no te resulta conocido. Volteas y la parte que ya has recorrido te es familiar, sin embargo, tu mente no la procesa como correcta. Vuelves la vista hacia el frente y avanzas unos cuantos pasos, arrastrando los pies, enfundados en botas desgastadas, cómodas para cualquier tipo de terreno. A tu izquierda, una amplia llanura que se extiende por kilómetros y kilómetros. El viento de desliza sobre las briznas de hierba de distintas tonalidades. Podrías decir que son verdes, pero esa sencilla palabra no alcanza a contener en sí misma todas las variantes de tonalidad que hay ante tus ojos, danzando al son de la música de la naturaleza, que escuchas con claridad. A la música la acompaña un aroma dulce, fresco, al que ya te habías acostumbrado y que de pronto vuelves a percibir como novedoso.
En esa misma dirección, atisbas una cordillera de picos nevados. El aire allí debe ser distinto, al igual que los colores. En tu mochila llevas el equipo adecuado para subir, si decidieras redireccionar tu rumbo y escalar. ¡Y aunque no lo tuvieras! Seguro que en las cercanías encontrarías una tienda donde comprarlo. Cargas en tus bolsillos el dinero necesario, que, de no tenerlo, te lo podrías ganar en el camino, pues cuentas con más talentos de los que puedes enlistar, aunque quizá no te has dado cuenta de este hecho. Nadie te enseñó que la cualidades moran en el temperamento y en el carácter, y que lo demás es cuestión de práctica y error. Recuerdas que en algún momento, querías volar a las estrellas, pero alguien te dijo que era un sueño tonto.
Te detienes. Miras hacia la derecha. Poco a poco, el terreno desciende, interrumpido por unas elevaciones menores que pronto vuelven a ser bajadas. Continúa y continúa, hasta regularse formando un valle. Al fondo del valle, como no podía ser de otro modo, discurre un río y junto al río, se construyó un poblado. Desde tu posición, luce pequeño. Casitas rústicas de juguete que intentas aplastar entre tu índice y tu pulgar, divirtiéndote con la perspectiva. Atrás no había camino alguno que fuera en esa dirección. Das por hecho que más adelante te encontrarás en una encrucijada, donde una de las bifurcaciones te llevará hacia el pueblo, otra hacia las montañas y una más te permitirá continuar recto, por este rumbo que ahora se siente incorrecto.
Mientras observas el pueblo, te preguntas hacia dónde vas. Eres incapaz de responder a esta pregunta. Sabes que un día tuviste una ruta marcada en un mapa, y que ese mapa lo dejaste atrás, quizás en algún hostal o se lo prestaste a alguien que jamás te lo devolvió. Tal vez tú lo tiraste al linde del camino cuando te cansaste de él. Has tenido varios mapas. Ahora no sabes por qué vas hacia donde vas. ¿Y si trabajas para alguien y ese alguien te ordenó que caminaras en línea recta? Eso explicaría tus bolsillos llenos de dinero, la mochila lista para toda clase de situación, y tu falta de objetivo. Tal vez sea buen momento para conseguirte uno de esos, un objetivo.
El sol continúa bajando por el lado del pueblo, mientras tú te dejas caer en el césped. Primero te sientas, te quitas la mochila y te dejas caer. El cielo se pinta de distintos colores. A cada segundo que pasa, uno se va y es sustituido por otro nuevo, a veces más bello. Al final, todos los colores serán iguales y darán vida a la noche, donde las estrellas serán ahora las protagonistas. Tendrás que acampar, pero no quieres prepararte todavía. Cruzas los brazos tras la cabeza y sigue mirando el avance del tiempo. Te concentras. Por más que lo intentes, no lo detendrás. Te preguntas si, sin ningún objetivo, no estarás desperdiciando tu tiempo. En primer lugar, ¿quién te dijo que deberías tener una meta? No lo sabes. Solo percibes que el mundo que te rodea funciona de esa manera. Que eres un engranaje más de la maquinaria. Una maquinaria que no cumple ninguna función además de moverse para sí misma. A mayor escala, no produce nada. No aporta nada. Es una máquina trabajando en medio de un cuarto blanco, que, a lo mucho, suelta una chispa. Es innegable que la física interviene en la máquina, que genera energía, que la ocupa, que la transforma, pero a un nivel mayor, su funcionamiento no afecta a la habitación, ni al piso, ni al edificio, ni al complejo repleto de otras máquinas iguales. Son rehiletes, girando en el viento porque sí.
Llevas una de tus manos hacia el frente de tu rostro y la observas con atención, girándola frente a ti. Mueves los dedos y percibes tus articulaciones trabajando, tus músculos acomodándose, tus huesos tirando. Hay unas dos manchas, unas uñas mal cortadas, mas no sucias, unos raspones y eso de allí parece la insinuación de una arruga. Ese proceso no se detendrá. Las arrugas llegarán y no se quedarán en tu mano. Se extenderán por tu cuerpo. Todo lo que hoy consideras bello, por ser joven, pasará a ser bello por ser viejo. Ya no podrás recorrer tantas distancias, como lo has hecho en este camino, pero si vives bien, tu recompensa estará dentro de tu cabeza. Aunque poco a poco tu mente también corra el riesgo de deteriorarse. Un día no recordarás tus mejores momentos, o los confundirás. Quizás una mañana despiertes y no recuerdes tu nombre ni dónde estás. La luz de la lámpara junto a ti bañará tu piel de pergamino y tú no querrás levantarte. Escucharás el piar de las aves afuera de tu ventana, si tienes suerte. Si no, escucharás a tus vecinos o automóviles, que en sí mismos, constituyen una parte fascinante del entorno. ¿Por qué en las narraciones, te preguntas, se le suele dar connotación de hermoso a lo natural, pero de triste y vacío a las discusiones matinales, a la música fuerte, al rugido de los motores? Es una generalización, te das cuenta, pero fundamentada.
Entonces, te levantarás y permanecerás al borde de la cama, con los pies acariciando la superficie bajo ellos. Dependiendo de en dónde vivas, estarás o no usando calcetines. Asumiendo que tendrás un lugar tuyo donde vivir. Por ahora, no tienes nada propio. En el futuro en el que sí lo tienes, decides incorporarte por completo, pues sabes que un día, ni siquiera abrirás los ojos.
Abres los ojos. Te dormiste y el cielo ya está lleno de estrellas. Estas noches no se ven en una ciudad, porque las ciudades cuentan con otros atractivos, más al alcance de la mano. Te sientas y arrastras tu mochila hacia ti. La bolsa de dormir la llevas atada a un lado. Como hace frío y tienes los dedos entumecidos, te lleva un rato poder deshacer el nudo. Pero lo consigues. Te retiras las botas y te metes dentro del saco térmico. El frío se acaba. No es la primera vez que duermes así. Que sea lo que tenga que ser.
Te preguntas si has estado usando mal tu tiempo, recorriendo un camino en línea recta, sin rumbo definido. Has conocido personas, has visitado lugares. Has sido feliz. ¿Con qué objetivo? Ninguno en la mira. Has hecho lo que has hecho para justificar el día. Para justificar tu existencia en la maquinaria, y así decirte que estás haciendo lo correcto. ¿Qué te ha costado? No todos los engranajes son iguales. Algunos pasan momentos más difíciles que tú, pues están oxidados. Otros son engrasados con mayor constancia. Es una máquina desigual, y una máquina desigual jamás correrá a todo su potencial.
Sientes hambre y ganas de orinar. Sales de la bolsa de dormir, te alejas un poco y te encargas de una de tus dos necesidades fisiológicas. Vuelves, abres la mochila, te limpias las manos con agua que cargas para ese fin y comes una barrita energética cuando vuelves a meterte al saco. Notas la futilidad de tus acciones, encaminadas al mantenimiento de un cuerpo que se está echando a perder. No importa cuánto ejercicio hagas o no, cuánto medites o cuánto leas. La descomposición llegará de todos modos. Algún día estarás bajo tierra. Algún día serás cenizas. Lo que hay después de eso, si es que hay algo, no lo sabes. Solo conoces este cielo, este césped y este aroma. Te gustan.
Te acomodas de lado y observas el camino que la recorriste, bañado en plateado por la luz de la luna en menguante gibosa. Sonríes. Volteas al lado contrario, a la incertidumbre de lo que queda por recorrer, sin saber cuánto es en kilómetros, días, meses o años. Tu boca es un rictus. Vuelves a estar boca arriba. Cierras los ojos. ¿Estás perdiendo el tiempo?
La respuesta llega, pero te dormiste. A la mañana siguiente, sabrás si continúas recorriendo el camino.