Cuando conseguí mi 3DS, uno de los primeros juegos que tuve fue Animal Crossing: New Leaf. No sabía nada de él —y si tú tampoco, te lo explicaré de manera sencilla: es un simulador, donde vives tu vida tranquila rodeado de animales humanoides; pescas, capturas insectos, tienes una casa. Jamás había jugado nada de Animal Crossing y, para ser sincero, no le encontré mucho sentido. Estaba acostumbrado a otros ritmos, como los de Pokémon o los de The Legend of Zelda, donde tienes objetivos específicos a cada momento y donde no tienes que esperar tiempo del mundo real para continuar con la aventura.
A la larga, me cansé de New Leaf y lo vendí. Hasta donde recuerdo, no hice mucho en esa entrega.
El 20 de abril se cumple un mes desde la salida de Animal Crossing: New Horizons. Todos parecían muy emocionados por esta siguiente parte de las saga, así que pensé que sería bueno darle una nueva oportunidad. Quizá mi edad o mi mentalidad no me habían permitido disfrutar de Animal Crossing en todo su esplendor.
El día del estreno, lo compré y comencé a jugarlo. No me sorprendió. De hecho, hizo que la sangre me hirviera y que se me saltara una vena de la frente. Era la misma fórmula lenta y tediosa: tener que esperar un día entero para la fabricación de una casa, o a un día determinado de la semana para poder comprar determinado artículo. No me arrepentí de comprarlo, pero comparado con The Legend of Zelda: Breath of the Wild, no parecía tan atractivo.
Comencé a ver más y más videos de las islas de las personas en internet, mientras me preguntaba cómo era posible que fueran tan adelantados. Después descubrí de qué se trata el viaje en el tiempo dentro del juego —básicamente, cambias la fecha de tu consola para que los eventos sucedan antes. Visité las islas de mis amigos y las noté mejores que las mías. Uno de ellos me dijo que la clave era, pues, jugar. La verdad, yo no lo hacía tanto, porque Animal Crossing: New Horizons no despertaba en mí nada, además de las ganas de golpear a Tom Nook.
Ian me enseñó cómo cuidar de las flores dentro del juego, y cómo hacer que se expandan en la isla. La idea me emocionó. Sin embargo, en cuanto me dijo que tardaría una semana para conseguir mi objetivo, me frustré. ¿Por qué tenía que llevarme una semana? ¿No había manera de adelantarlo?
Planté mis flores y empecé a regarlas. Una tarea monótona, que tengo que repetir cada día, a menos que llueva.
La historia se repetía de nuevo.
Al menos, hasta que leí un artículo de Vice titulado “‘Animal Crossing: New Horizons’ Is Not The Game We All Need Right Now”. ¿Por qué llamó mi atención? Porque, al contrario de muchos otros artículos populando en internet, clamando por todo lo alto que este juego es el indicado para la cuarentena, parecía no alabar en lo más mínimo una entrega que no terminaba de satisfacerme. Y Gita Jackson, redactora de la revista, logró sorprenderme.
Gita cuenta cómo en New Leaf, los programadores incluyeron una banca. Si te sentabas en la banca, nada extraordinario sucedía. Solo estaba allí y podías ver el tiempo pasar. Este se convirtió en su lugar favorito dentro del juego, a pesar de que al principio le desesperaba el que no sucediera nada al sentarse. Es comprensible. Gita también habla sobre las «nulas» recompensas una vez que completas el museo o cuando consigues tener una isla de cinco estrellas. Después, a través de varios párrafos, describe New Horizons de esta manera:
«Animal Crossing es una experiencia meditativa, una forma de estar conmigo misma y con mis pensamientos durante unas horas al día […] La lección que Animal Crossing ha tratado de impartir es que está bien dejar de apresurarse […] Está bien sentarse en un banco del parque, estar contigo por un momento, solo respirar […] New Horizons no me pide que haga nada en el juego con urgencia. Después de todo, es una vida en la isla: en la ficción del juego, todos nos mudamos aquí para tomarlo con calma.»
Aprendí algo nuevo: En efecto, a New Horizons no le interesa, en lo más mínimo, lo que yo quiera hacer dentro del juego. Ha establecido sus reglas y yo estoy allí para seguirlas. El juego me da ciertos regalos por la constancia, y es justo eso lo que pretende enseñar.
Hoy, mientras regaba mis flores, lo hice con una actitud diferente. Estoy cuidando de un jardín virtual, sí, pero a fin de cuentas, es mi jardín y será tan bello como yo quiera, dependiendo de la atención que le ponga. Si corro sobre las flores, se rompen, y tengo que esperar para que los pétalos vuelvan a crecer. Si no las riego cada día, no crecerán como deberían, y tardaré más en obtener pequeño espacio colorido. ¿Entonces? Paciencia, y constancia. Como todo en la vida.
Como ya mencioné en la entrada anterior, estos días de encierro he vivido pensando en lo que no hago, en lugar de hacerlo. Junto a mí tengo La Caza del Carnero Salvaje, de Murakami. Si has seguido mi blog, sabrás que leo un libro a la semana. Si voy en buena racha, dos. Con este texto llevo poco más de un mes. Lo comencé el 10 de marzo. Y nada que avanzo. Pienso que debo hacerlo, que me está gustando, que es la conclusión que he esperado desde que leí Baila, Baila, Baila. Muchas respuestas están entre esas páginas, pero no logro tomarlo para seguir la aventura del personaje principal, su novia de orejas bonitas y del Rata. Y me presiono.
Lo mismo con la escritura, o con los VEDAs. Comencé con un VEDA, luego lo cambié a TEDA. Me desmotivé y no he continuado. Estoy oxidado, como una máquina abandonada hace mucho tiempo, que ha sufrido de las inclemencias del clima. Sin embargo, ¿que espero? ¿Que de pronto todo vuelva a funcionar? Sí. Así lo esperaba. No obstante, ahora lo comprendo. Hacen falta dos cosas: paciencia y perseverancia. Quizá es algo que también el tío Iroh intentó enseñar.
Mientras regaba mis flores a lo largo de la isla, medité sobre el proceso creativo. No se trata de escribir un libro rápido, sino de hacerlo bien —algo en lo que Patrick Rothfuss es experto, pues ya lo dice en la dedicatoria de El Nombre del Viento: «Y a mi padre, que me enseñó que si tenía que hacer algo, debía tomarme el tiempo y hacerlo bien»—; no se trata de editar el video lo más veloz, posible, entregarlo y cumplir. Se trata de poner amor en los detalles. No es cuestión de ir a sacar las fotos un día, editarlas y mandarlas. Si harás algo, tómate el tiempo que necesites. Incluso dentro de Nintendo, prefieren entregar un juego tarde a un juego apresurado. Es algo que también aprendí esta semana.
¿Hacer las cosas por hacerlas? ¿Por cumplir un reto de 30 días?
La vida es un proceso.
El mundo es despiadado y competitivo, decía un profesor en una película India que veía a momentos mientras trabajaba en la sala. Sin embargo, no es una carrera. Al menos, no contra los que están allá afuera. Es una carrera contra uno mismo. Somos nosotros quienes nos impulsamos a intentarlo y somos nosotros quienes nos quedamos en el suelo al caer. Somos máquinas que podemos quitarnos el óxido, siempre que tengamos las ganas para querer hacerlo.
La creación se hace de poco en poco. Un granito de arena a la vez. O como solía decir una conocida mía, un ladrillo a la vez. Pero hay que decidirse a poner ese primer ladrillo, luego esa primera línea, para poder continuar hacia arriba. Sin ese primer paso, sin esa primera flor sembrada, no habrá nada que regar.
La vida es ver un atardecer desde una banca, respirando con calma, tomándose el tiempo. Tomándose el tiempo para tu pareja, para tu familia, para tus amigos. Cada uno es un respiro, y a cada respiro hay que ponerle atención. Está bien. Podemos hacer varias cosas a la vez, ¿pero no vale más si le dedicamos atención a cada una? Disfruta de esa canción. De ese beso. De ese abrazo. De ese libro. De esa hoja que cae. De las partes por separado.
La vida es cuidar un jardín y somos nosotros quienes decidiremos qué tan hermosas serán las flores que vamos plantando en él.