Un amigo nos invitó a verlo en una competencia de CrossFit y he de admitir que es impresionante todo lo que puede hacer; ver el cuerpo humano en acción y los límites que este puede romper me dejó sorprendido.
Dos equipos fueron los principales contendientes: Ciudad Victoria contra la Ciudad de México. Como parte de la trivia del blog, debes saber que yo viví durante dos años en Ciudad Victoria, cuando estaba en la primaria. Tengo algunos recuerdos bonitos de esa etapa, durante la cual conocí personas maravillosas que todavía se mantienen especiales en alguna parte de la cosa intangible que tenemos entre todo el músculo, huesos y sangre.
Nuestra historia de hoy no es sobre mis recuerdos de la infancia. Nuestra historia de hoy es sobre, bueno, historias.
PARTE 1
Era el segundo día de dos de competencias, y estábamos observando el evento final. El equipo de la Ciudad de México lo hacía bastante bien, mientras que Ciudad Victoria lo tenía complicado: una de sus miembros ya no parecía poder dar más de sí; se doblaba y se quedaba en el piso, se quejaba y se masajeaba los músculos en busca de un poco de consuelo. Otro de ellos no tenía su mejor momento bajando de la cuerda: se dejaba caer al suelo con la gracia con la que una gacela recién nacida correría sobre un lago congelado.
Quien, supongo, era el capitán del equipo, motivaba de una manera peculiar a sus compañeros. Y por
«peculiar» me refiero a con violencia y groserías. Pero por más duro que fuera, funcionaba. Se levantaban y continuaban. Y finalmente, con los eventos acumulados de los dos días, se llevaron el primer lugar.
Sin embargo, lo importante no fue lo que se llevaron o no, sino por aquello por lo que pasaron. Mientras veíamos las dificultades por las que pasaban, mi mejor amigo comentó que sabíamos que la Ciudad de México iba a ganar
—al menos ese evento—; lo estaban haciendo bastante bien. Pero no importaba, porque como espectador, no te interesa el personaje que tiene el camino fácil y que es capaz de hacerlo todo a la primera, al que todo le sale bien: queremos historias reales, con piedras en el camino, donde los personajes principales se superen a sí mismos sorteando toda clase de dificultades. Y eso era lo que estaba sucediendo. La atención se centraba en el lado de Ciudad Victoria, donde una chica sufría y donde, por su nombre, le gritaban que sí podía hacerlo, que continuara. Hasta he de admitir que me removió en lo más profundo. Me emocioné, casi lloré, porque se estaba esforzando más allá de lo que su cuerpo le decía que era suficiente. Porque tenía determinación.
Durante algún semestre de la universidad, llevaron a este hombre; tal vez era un editor, tal vez un guionista o un director. Creo que ese día, yo era parte del equipo que coordinaba el evento y por eso no pude estar durante toda su presentación. Pero durante el tiempo que sí estuve, habló sobre narrativa. Comentó que a las personas les importa más una historia real, humana, que una historia repleta de fantasía y magia, donde los enfrentamientos son irreales. En su momento, una versión más joven de mí se tomó eso como una afrenta personal: ¡cómo se atrevía! Por ese entonces, también estaba trabajando en un guion, o en una novela, no recuerdo en qué etapa de esa historia me encontraba. Solo sé que tenía estos personajes con súper poderes que se enfrentaban a un encierro y que se veían obligados a convivir, algo así como El Ángel Exterminador combinado con Watchmen y Scott Pilgrim. Cuando fui a contarle la historia y a pedirle algún consejo, me sugirió que eliminara los poderes. Lo dudé mucho, le di muchas vueltas. Tal vez hasta me tomé como un insulto que me sugiriera aquello y, para ser sincero, aunque en la versión actual de esa narración ya no hay habilidades extraordinarias, no las eliminé porque la fantasía no se pueda combinar con una historia real. Pero he de admitir que aquella persona, fuera quien fuera, tenía mucha razón: nos importan más las historias humanas.
Mi escritor favorito dijo
—o escribió—
lo siguiente:
“If you want to write a fantasy story with Norse gods, sentient robots,
and telepathic dinosaurs, you can do just that. Want to throw in a
vampire and a lesbian unicorn while you’re at it? Go ahead. Nothing’s
off limits. But the endless possibility of the genre is a trap. It’s
easy to get distracted by the glittering props available to you and
forget what you’re supposed to be doing: telling a good story. Don’t get
me wrong, magic is cool. But a nervous mother singing to her child at
night while something moves quietly through the dark outside her house?
That’s a story. Handled properly, it’s more dramatic than any apocalypse
or goblin army could ever be.”«Si quieres escribir una historia de fantasía con dioses nórdicos, robots sensibles y dinosaurios telépatas, puedes hacerlo. ¿Quieres integrar a un vampiro y a una unicornio lesbiana mientras lo haces? Adelante. No hay límites. Pero las infinitas posibilidades del género son una trampa. Es fácil dejarse distraer por los brillantes accesorios que tienes disponibles y puedes olvidar lo que se supone que estás haciendo: contar una buena historia. No me mal entiendas, la magia es genial. Pero, ¿una madre nerviosa cantándole a su hijo en la noche mientras algo se mueve silenciosamente a través de la oscuridad afuera de su casa? Eso es una historia. Manejada adecuadamente, es mucho más dramática de lo que cualquier apocalipsis o ejército de góblins podría serlo.»
Mi escritor favorito se dedica a la fantasía épica. De lo mejor de fantasía épica que he leído en mucho tiempo. Incluso, me atrevería a afirmar que es el mejor escritor del género
—hasta ahora— publicado originalmente en el siglo XXI. ¿Y por qué es tan bueno? Porque entiende esta fórmula tan sencilla: es más conmovedor un peligro sencillo que enfrentarse a un ejército gigantesco ante las puertas del peligro. Leer a Kvothe, el personaje principal de The Name of the Wind, enfrentándose a la hambruna y a los asaltantes en las calles, recibir un poco de cariño y compasión después, despertó más en mí que
—casi— toda la batalla de Gondor en The Lord of the Rings
—lo siento, Tolkien; tú eres muy bueno en lo que tú tienes, en eso no hay duda.
No digo que el equipo de Ciudad de México fueran sobrehumanos superdotados que tenían el camino allanado frente a ellos, sino que, sencillamente, se desempeñaban tan bien que no eran una historia interesante de presenciar. Está bien, son geniales; lo tienen en el bolsillo. Pero la acción, las lecciones, están sucediendo a su lado, donde los personajes enfrentan y superan los peligros y dificultades que la historia les va poniendo en su camino. Ahí, en cualquier momento, la determinación podía fallar. En cualquier momento, la historia podría haber terminado. Y aunque no hubieran ganado, los integrantes del equipo de Ciudad Victoria ya tenían, proveniente de mí, una ovación mucho más fuerte que sus rivales, por el simple hecho de haberme removido más en esa cosa intangible que tal vez tenemos entre toda la médula, cartílago y tendones.
Todo es sobre buenas historias. Sobre superar dificultades. Ahí está el oro,
«el oro tras la basura que el viento arrastra.»
PARTE 2
Y ya que estoy hablando de determinación, hay algo más que me gustaría agregar: a veces, falta. A veces, se va y te abandona a tu suerte. Pero quizás es porque tú la abandonaste primero.
La semana pasada, tomé unas fotografías y ayudé en la grabación de un video. ¿Recuerdas que en una entrada pasada escribí que para un creador es terrible enfrentarse a su baúl de ideas y darse cuenta de que está vacío o casi vacío? ¿Que por eso prefiero utilizar el tiempo en algo más? Bueno, esta vez tuve que mirar y no me gustó lo que vi. Lo que no vi.
Para muchas personas puede ser más sencillo enterrar la cabeza bajo la arena y fingir que nada está mal. “Snakes” es una canción de Bastille que habla sobre eso
—o sobre lo jodido que está el mundo y cómo pretendemos que no es así:
‘Cause it’s easier to bury
My head in the sand sometimes
Yes, it’s easier to bury
My head in the sand sometimes
And I know, I know, I know
It’s not the right way to go
But I pray for the ground to swallow me wholePorque en ocasiones es más fácil enterrar
Mi cabeza en la arena
Sí, en ocasiones es más fácil enterrar
Mi cabeza en la arena
Y yo sé, yo sé, yo sé
Esta no es la mejor manera de sobrellevarlo
Pero rezo por que la tierra me trague por completo
Dejando de lado las pequeñas libertades que me tomé al momento de traducir la letra, y sea que desees aplicarla a un bloqueo creativo, a la salud mental
—una de mis interpretaciones predilectas— o a la situación actual del planeta, estas palabras le pueden quedar a casi cualquiera: sí es más fácil esconder la cabeza que enfrentar el problema. Y a veces, cuando lo dejas avanzar, puede llevarte a traspasar límites que ni siquiera te imaginabas que estaban allí. Y algún día hablaré con más detalle de a qué me refiero, y en ese momento no solo me ayudaré de “Snakes”, sino de otras canciones como “Wolves Without Teeth” de Of Monsters and Men.
¿A qué tuve que enfrentarme al tener que hacer algo que no había hecho en mucho tiempo, en condiciones de casi improvisación? A la frustración y al flanqueo de mi determinación: por un momento, me planteé dejar de tomar fotografías y por otro, me planteé dejar de grabar, así como hace años me planteé dejar de escribir. Sin estas cosas, ¿qué quedaría de mí? ¿Alguna vez te has puesto a pensar en Lo Que Te Conforma y en qué pasaría si decidieras abandonarlo?
¿Qué aprendí? En primer lugar, que no soy tan creativo como podría parecerlo. Hace poco, alguien me escribió:
«Me gusta tu visión del arte. Es como radical, sabes»
y como supongo que la gente se aburre de mí negando lo que con tanta amabilidad afirman, agradecí y admití que no lo había pensado de ese modo. Pero no comparto su idea. Así como no entiendo el porqué las personas me siguen buscando para hacer tal o cual
—a menos, claro, que su primera opción se haya quedado sin cámara, entonces es completamente comprensible; espero ese asunto pronto quede arreglado, ya que, para mi mejor amigo, tener una cámara es tener un daemon y sin ella está incompleto— y a veces me dan ganas de disculparme con aquellos que me otorgan títulos que no merezco, pero también les doy las gracias, porque, aunque sea por un momento, encienden ante mí la luz de una estrella distante a la que tal vez me gustaría llegar.
En segundo lugar, recordé algo que ya sabía: las artesanías son cuestión de práctica
—para la mayoría de los mortales, al menos. Si le das la espalda a la fotografía o a la escritura, a la cinefotografía o al dibujo, a la música o al baile, o a cualquier otra disciplina, sea o no artística… bueno, te pagará con la misma moneda. En una relación entre artesano y oficio, debe haber constancia. Debe haber determinación. En más de una ocasión, yo me he preguntado si tengo esa determinación o si solo soy un niño al que le gusta ponerse muchos sombreros y que, al final, resulta que no ha aprendido nada.
La cuestión es esta: me enfrenté a la imposibilidad de llevar a cabo tareas para las que, se supone, estoy capacitado. Tareas con las que los demás me identifican. Algo se espera, lo menos que puedo hacer es intentar cumplir las expectativas, ¿no? Y no por ellos, sino por mí.
¿Tú tienes la determinación para tomar lo que disfrutas y sacrificar tal o cual por ello? Más vale que sí y que si no, la encuentres o emprendas la búsqueda de aquello que despierte en ti esas ganas de seguir adelante, que mueva en tu interior aquella cosa intangible, que existe más allá de la piel, de los órganos y fluidos.
De cierto modo, creo que encontrar determinación es encontrar felicidad o, al menos, aventurarse en el viaje donde la podemos recoger al margen del camino.
Aunque carecer de determinación o de un camino fijo no es el fin del mundo. Tal vez podría ser el inicio de uno nuevo y fascinante. ¿Qué haces? ¿Qué se te da? ¿Qué no? Piénsalo un poco. Solo lo necesario, no más.
PARTE 3
Conocer personas es conocer un nuevo universo, lleno de nuevos planetas, cometas y posibilidades. A veces, una mirada a ese nuevo universo es suficiente para maravillar.
Esto no tiene nada que ver con Determinación, al menos en lo que a mí concierne, pero quería hablar de un tipo de persona muy específica: aquella que te mira y pareciera que todo a su alrededor desaparece y que solo tiene ojos para ti. Para ti o para quienes le rodean, para quien esté hablando en el momento. Te observa y te pone atención, se interesa y es magnética. Esas personas son fabulosas. Sus universos luminosos y atrayentes.
Un vistazo es suficiente. Un vistazo es todo lo que se necesita porque, tal vez, si miras con más atención, quizá te des cuenta de que tras el siguiente cúmulo de polvo cósmico, todo lo que queda es un gran vacío, o un espacio no muy distinto a los que ya te has topado antes. Tal vez sepas a qué me refiero.