Soy un pésimo amigo. Esta afirmación la he hecho más de una vez: soy una persona práctica, pero también temperamental y un poco mentirosa. Soy inconsistente y, de paso sea dicho, a veces molesto y extremista. Poco flexible. Criticón. Apático. Distante. Asocial. Y, aun así, por alguna razón, tengo personas a mi alrededor que parecen apreciarme. Y yo las aprecio.
De un tiempo hacia acá, sin embargo, ha ido creciendo dentro de mí un vacío; una sensación incómoda de distancia. Ese «soy un pésimo amigo» ha ido ganando más y más terreno hasta convertirse en algo amplio y que proyecta una sombra difícil de ignorar. Estoy aquí, en mi barquito, A La Deriva, y solo saludo desde la distancia, sin querer acercarme a los otros, porque estoy cómodo en mi bote. Mientras muevo mi brazo pienso que no quiero que las personas que me devuelven el saludo se alejen o se olviden de ese lazo.
Soy malo para cuidar de las cosas; puede ser el TDAH o solo un rasgo absurdo de mi personalidad. Se me olvida regar las plantas o que le tengo que poner comida a la tortuga. No es tanto por abandono, sino por genuinos descuidos. Con mis amistades pasa algo similar. Son esos árboles frutales a los que se me olvida tratarlos con el mimo que merecen. Soy consciente, sí, y también sé que cambiar hábitos es complejo, por lo que sigo en las mismas.
Cuando veo la conexión que tienen algunos conocidos con sus amigos me parece fascinante. ¿De dónde sacan el tiempo y la energía para hacer tantos planes, para convivir por tanto tiempo? Me maravillan esas relaciones humanas, a pesar de que sé que se me complicaría mucho actuar de esa manera, ya que implica mucho esfuerzo. Soy un ermitaño enojón que prefiere su cueva en la montaña. Claro que necesito, como todos, la interacción. Es solo que no se me da. No me funciona hacer planes con amigos, a menos que sean idea mía; a veces no sé de qué hablar ni sé cuándo o cómo confiar en otros. ¿Cuál es el límite del apoyo que puedes y te pueden brindar?
Con el paso de los años, he ido analizando con más detenimiento mis propias amistades y cuestionando la veracidad de las cosas que nos competen como individuos que han decidido unir sus caminos de vida. A fin de cuentas, somos «seres humanos», y tenemos nuestros defectos, secretos y pensamientos que no queremos compartir. Pero, ¿por qué es así? ¿Los amigos no son ese sitio «incondicional» que no te juzga y a quien no juzgarás? Allí donde hablar siempre está permitido y donde te sientes seguro. Pero seguimos temiendo herir sensibilidades y continuamos poniéndonos máscaras, porque todos lo hacen… ¿no? Hay cosas que no dicen. Que no enseñan.
Por alguna razón, a la gente nos cuesta ser directos e inventamos excusas y le damos vueltas a las cosas. Y olvidamos. Y avanzamos. Y retrocedemos. Pero así nos aceptamos. Seguimos.
Desvarié un poco.
A veces, cuando un amigo me escribe para contarme lo que sucede en su vida, me sorprende y causa un ligero corto circuito en mi mente, aunque, claro, lo agradezco como no tienen idea. Me cuesta creer que, en su día, esa persona se detuvo para pensar «le contaré esto a Kevin». ¿Cuál es el proceso que la llevó a tomar esa decisión? ¿Por qué? ¿Qué hace que una persona elija a otra para ser su confidente o para, nada más, enviarle una imagen que le dio risa?
La distancia y el descuido, en algunos casos, no es un impedimento para construir una amistad real. Empero, ¿cuándo algo se considera amistad, y qué le da el carácter de «real»? Esa es otra de las muchas preguntas que me he hecho y por lo que me cuesta clasificar quién es un «amigo» y quién no.
Ahondar en estos pensamientos me confunde un poco, porque, de manera inevitable, llega un punto de comparación y de creación de escenarios: ves otras amistades, te imaginas cómo son, qué se dirán esas personas, qué no, qué estarían dispuestos a hacer los unos por los otros. ¿Qué tanto puedo contarles? ¿Hasta dónde puede llegar tu propia apertura? ¿Cuándo dejarán de verte como te ven?
Entre los amigos de un mismo grupo también hay niveles de compenetración. Unos hablan más que otros; unos se quieren más que otros; unos confían más que otros. ¿Nunca has tenido la duda de si puedes contarle algo a un amigo? ¿Alguna vez has temido decir algo por temor a que dejen de aceptarte? Supongo que son problemas comunes. Pero curiosos.
Entonces, sí. Lo que quiero decir con esto es que es complicado tener amigos. Al menos como yo los concibo. Y aprecio a las personas que están allí. Soy un pésimo amigo, pero hay quienes eligen seguir aquí. Gracias. Me generan muchas dudas, pero su presencia es suficiente respuesta.