Cuando descubrí el libro «Dormir en un mar de estrellas» de Christopher Paolini, supe que quería comprarlo. Estaba celoso por la genialidad de su título y emocionado por encontrar esa historia de ciencia ficción. Lo tengo y, al día de hoy, no lo he leído. Sin embargo, quería darle el crédito por haber tomado una parte fundamental de su obra para nombrar esta entrada.
Estos días han sido complejos y agotadores por varios motivos, cada uno más complejo que el anterior. Ser humano implica demasiadas cosas y a veces puedes llegar a arrepentirte de la existencia. Sin embargo, aquí estamos.
Comencé a escribir este texto hace unos días, cuando las complicaciones de todo lo que compone mi vida parecieron cernirse sobre mí con garras y colmillos, dispuestas a hacerme añicos. O hacer añicos mis emociones y paciencia; trabajo, relaciones, uno mismo… ¿Qué haces cuando sientes que estás rodeado de piezas que de derrumban, pero que a la vez permanecen flotando a tu alrededor, sin llegar a tocar el suelo?
Si hubiera un acantilado en el límite del universo y tuviera la oportunidad de saltar por él para llegar a un mar de estrellas, lo haría. Saltaría. Porque un mar de estrellas suena como un lugar pacífico, alejado de todo. Silencioso y asfixiante no solo por su falta de oxígeno, sino también por la belleza de su inmensidad.
Hubo un día de esta semana en el que sentí que estaba y que quería estar en el mar de estrellas. Ambas cosas al mismo tiempo. Como… el mar de estrellas de Schrödinger. Me sentí sobrepasado por todo y llegué a un punto en el que había tanto sucediendo, por un instante, que era como si en realidad no hubiera nada.
Hace un par de meses que no he pisado el consultorio de mi psicóloga. Como lo dije antes: un pequeño descuido y los hábitos se van por el desagüe. No le he escrito por «pena». A pesar de que es una profesional, yo me siento mal por mi inconstancia e inconsistencia.
Al día de hoy me siento confundido sobre mi propia existencia y me enfrento a un revoltijo de emociones. Más que nada, juicios de valor sobre mí y controlados desbordamientos de sensaciones. Es… Creo que la manera más directa de decirlo es que no me gusta quién soy. Pero, a la vez, no me veo de otra manera.
Hacer o no hacer. Decir o no decir. Sentir o no sentir. Estos «sí» y «no» me han generado conflictos personales: conmigo y con las personas cercanas a mí. Amigos. Mi relación. Las cosas se apilan y supongo que mi incapacidad para hacer y decir, y mi carácter controlador, altivo, pretencioso, negativo y de superioridad terminan convirtiéndose en un problema. Me gustaría ser la persona que soy cuando escribo en este lugar; las palabras son fáciles de alinear y combinar, y me calman y dan cierta claridad de pensamiento.
Soy arrogante. Poco tolerante. Sarcástico. Grosero. Cada tres palabras, sale de mi boca una crítica o una broma de mal gusto.
Tampoco estoy a gusto conmigo físicamente. No es que me haya importado mucho durante todos estos años, pero supongo que llega un momento en el que se convierte en esa pintura amarilla que usan en los videojuegos para señalarte el camino: algo imposible de ignorar.
Y es justo por eso que elegiría el mar de estrellas. Al menos ahora. Porque suena a que allí no importa nada. Que allí te puedes perder en la inmensidad y flotar y existir a la vez que no importa si de verdad lo estás haciendo.
Esta entrada, en particular, es mucho más abstracta y personal que otras. Es complicado poner aquí, a pesar de lo que dije de las palabras antes, todo lo que me sucede. Lo que me abruma. A fin de cuentas, ¿cuál es el punto de externarlo?
Solo, de pronto, es como si todo el mal de universo fuera concentrado en mí. Y no. Es una hipérbole. Solo—¿acaso yo estoy equivocado en todo? Es algo en lo que necesito indagar.
Y quizá sí hay manera de ir a ese mar de estrellas. Creo que lo más cerca que he estado de ese lugar es terapia. Sí, le pagas a alguien por escucharte. Pero se siente como si el vacío respondiera, porque lo sabe todo. O al menos suena como si lo hiciera.
Como en otras ocasiones, no sé a dónde quiero llegar. Y tampoco creo que esté expresando de manera correcta lo que siento. Lo que me corroe y corroe a los demás. Solo está. Y lo notan. Y yo no. Y es lo que me lleva al borde. Al límite de lo que sé de mí y lo que quiero ser y lo que soy y lo que percibo que soy y lo que perciben y—ya.