Vaya título más pretencioso.
Cuando estaba en la universidad, presenté un guion titulado «René (o también: Doce Días en la Playa)». Entre las muchas anotaciones que recibí de mi profesor, recuerdo una que decía que el título era muy pretencioso. De todo lo que encontré entre los apuntes hechos en ese borrador, ese fue el comentario que más me chocó. ¿Y qué si quiero ser pretencioso con cómo titulo las cosas que hago? Me gustan los nombre largos para las cosas, y más si suenan sin sentido.
Excepto. «Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades» (2022) de Iñárritu. Qué título tan más pretencioso. Qué película tan más pretenciosa.
Creo que ya lo mencioné alguna vez, en alguna entrada de este blog, que dentro de mí habita este conflicto sobre lo que fui y lo que soy. Aunque es un problema que se ha ido diluyendo con el tiempo, todavía me sorprendo pensando en las cosas que hacía en la preparatoria y en la universidad y que ya no soy capaz de hacer o que ya no tengo la energía para llevar a cabo. Algunas otras prácticas solo se diluyeron en el tiempo por el cambio de ambiente y de personas. La vida. Pasa.
En la entrada anterior, me propuse comenzar a hacer un video por noche de lo que cocino para el día siguiente y, al hacer el primero, o al menos intentarlo, llegó a mí una sensación de nostalgia e incomodidad. De pronto me sentí como cuando, con Kobeh, nos proponíamos hacer cosas diarias o semanales o mensuales para… ¿para qué? Ahora mismo no le veo el sentido. Empero, lo hacíamos. Y de alguna manera lo disfrutaba.
En su momento, este tipo de proyectos-acuerdo me parecían lo más genial del mundo. Era “cool” porque estaba haciendo algo, aunque solo fuera para mí y un pequeño círculo de personas a las que, si bien no les interesaba del todo, eran mis amigos y forma parte del Trato del Amigo fingir cierta curiosidad. O si es genuina, siempre me ha costado creerlo: ¿por qué alguien más querría acercarte a lo que haces? Empero, aquí estamos.
Así surgieron cosas como kartas_diarias o 100/200, aventuras que terminaron abandonadas —en principio por mí—, acumulando polvo en un rincón olvidado de la web en constante expansión. Son bellos baúles de los recuerdos que ahora siento ajenos y confusos y, quizá, solo quizá, con un ligero toque de pretensión.
Cuando subí el primer video de la comida a mi cuenta de Instagram me detuve un momento a pensar: «¿por qué lo hago?» y «¿a quién le importa?». Estas dos interrogantes, de lo más válidas, chocan con ese yo del pasado que hacía todo solo por el placer de hacerlo. Porque podía y porque quería.
Desde que llegó Rob al trabajo, volví a encontrarme con esta energía de «crear por crear» que me sacó un poco de mi zona de confort y, al ponerme frente a los proyectos que quiero iniciar, o que ya inicié, me veo hace 10 años, joven e ingenuo y con ganas de hacer. Ahora ya no soy tan joven, pero la ingenuidad sigue siendo parte importante de lo que me conforma. Sigo aprendiendo y moldeándome. A veces, en este proceso, lastimo a los demás. Lo siento.
Cabe resaltar que ha pasado una semana desde que empecé a escribir este texto y he olvidado lo que me impulsó a comenzarlo en primer lugar. Tengo un sinfín de textos así: borradores de un comienzo que no llegan a ningún lado. Cuerpos hechos de letras e incompletos, dejados de lado.
Es posible que la idea central fuera por este enfrentamiento de fuerzas, entre el hacer por hacer, como hace diez años, o el formalizar los asuntos, dedicar mi esfuerzo solo a cosas que sean necesarias o que valgan para alguien más. ¿Qué tan válido es, en este punto, dejarme llevar por esa emoción de querer hacer cosas «por y para mí» (referencia a la página de una amiga) y el deber de solo hacerlo para trabajar? Porque alguien me lo pide de manera expresa, o porque me pagan.
Siento que allí está el meollo del asunto. Esta incongruencia surge del abandono de mi yo soñador, irracional, quien fue sustituido por el monstruo de la practicidad, del mínimo esfuerzo y del hacer por deber, no por querer. «¿Cuál es el punto?» es la pregunta clave a la que tal vez me cuesta acercarme. ¿Para qué tomarse la molestia de invertir o gastar ese tiempo? En el blog se siente natural. Son palabras que se acumulan. Que, apiladas en mi cabeza, se vuelcan en las notas de mi celular.
¿Tú te has sentido así? ¿Has sentido una dicotomía entre lo que haces ahora y lo que hacías antes en lo «creativo» (detesto esta palabra por lo que significa en el colectivo social)? O, ¿alguna vez has tenido la sensación de que haces cosas ya solo cuando «debes» hacerlas y no porque «quieres hacerlas»? Si te ha sucedido, ¿sabías responder dónde quedó el amor? Ese que le profesabas a lo que te hacía feliz. A esos pequeños hobbies, a esos proyectos esparcidos por doquier que ocupaban tu cabeza y qué ahora no son más que un fantasma.
El pasado a veces se puede sentir como una piedra que arrastramos y, cuando miramos hacia atrás, ni siquiera entendemos qué hace allí. Ni si deberíamos soltarnos de ella.
SOBRE EL TÍTULO DE HOY
En esta ocasión, me gustaría señalar un detalle curioso del título de esta entrada, que está inspirado por dos películas: «X-Men: Días del Futuro Pasado» (2014, Dir. Bryan Singer), por ninguna otra razón además de que suena muy padre, y por la cinta «¿Dónde quedó el amor?» (2000, Dir. Matt Williams).
Este segundo largometraje me obsesionaba cuando era pequeño. O al menos recuerdo que me generaba algo.
La película sigue a Natalie Portman (o, bueno, a su personaje Novalee Nation), embarazada a sus 17 años, y, a grandes rasgos, cómo vive en un Walmart luego de que su novio la abandone. A lo largo de los 120 minutos que dura la cinta, Novalee conoce a varios personajes secundarios que impactan su vida. Yo, más que nada, recuerdo «¿Dónde quedó el amor?» por el «bebé Walmart». Si te interesa un poco la historia, creo que puedes encontrarla (de manera legal) en Prime Video.
Intentando responder a la pregunta no planteada de por qué un infante se sentiría tan atraído por esta película… no sé. Tal vez siempre me han gustado este tipo de historias. Humanas. De problemas comunes. Algo así como el álbum “Cleopatra” (2016) de The Lumineers. Si también tienes oportunidad de escucharlo, poniéndole atención a las letras, te encontrarás con una narrativa triste y dura de una mujer y su larga vida.
SOBRE «RENÉ (O TAMBIÉN: DOCE DÍAS EN LA PLAYA)»
A grandes rasgos, este guion nació como una manera de contar una historia de fantasía y ciencia ficción aterrizada en lo cotidiano —aunque, ahora que lo pienso, no sé si primero fue un guion o una especie de intento de libro.
En el primer borrador, todos mis personajes tenían superpoderes relacionados con sus personalidades, algo que a mi profesor no le pareció muy bien. ¿Por qué incluir eso en una trama sobre pérdida y nostalgia? La historia es «Son Como Niños» (2010, Dennis Dugan) pero sin la parte de la comedia y con una especie de influencia de «Persona Normal» (2011) de Benito Taibo —una fantasía que mi papá me regaló una Navidad hace muchos años. Me lo leí en un día porque quería llegar a otro libro, pero, conforme me interné en la historia, me atrapó y destruyó. Lo recomiendo. También podemos decir que «René» tenía una pizca de «Hasta que la Muerte los Juntó» (2014, Shawn Levy), pero no sé si para entonces ya la había visto.
El caso es que en «René (o también: Doce Días en la Playa)», René, una chica amada por todos, muere y, como último deseo, quiere que sus mejores amigos pasen 12 días de duelo encerrados en una casa de playa, siguiendo una lista de reglas que preparó. Los personajes eran un tanto arquetípicos: Mica, el principal, un narrador melancólico que vivió enamorado de René y creía que ella también lo amaba; Marianne, la chica ruda y que siente que ella merecía más la amistad de René; Laura. No sé mucho sobre Laura. Y Gustavo; creo que él era la voz de la razón. Sereno. Fumador. Aunque vanidoso. O algo así. Y, claro, René. Nuestra heroína caída, perdida en sus ensoñaciones. Se suicida y ahora que lo pienso, le sienta bien una de mis canciones favoritas del momento, “Emily & Her Penthouse in the Sky” de Bastille.
En algún momento, Laura se llamó Perla y era diferente en actitud. En ese entonces me robaba los nombres de las personas que me rodeaban; con el tiempo aprendí a llevar un diario de nombres y a revisar las dedicatorias y agradecimientos de los libros para obtener apelativos mucho más variados. Ah, y también Gustavo era un chico gay repleto de estereotipos. No estoy seguro de si eso cambió en alguna revisión.
Un nombre que en definitiva debí haber cambiado es el de Mica. Suena ridículo.
Como cabe esperar, las personalidades de nuestros protagonistas chocan a lo largo de la narrativa. Al principio de la creación de este guion, los poderes tenían sentido, porque René era capaz de ver el futuro y quería arreglar la vida de sus mejores amigos con su muerte. La idea no llegó mucho más allá, ya que no descubrí cómo abordar el duelo ni, en realidad, por qué René tenía que morir.
Iba a haber barcos piratas abandonados, fantasmas e incluso un crimen. Mucho en poco. Todo bajo esta idea de «personas con poderes en duelo». Cuando eliminé lo de sus habilidades especiales y lo convertí en una exploración coming-of-age sobre madurez y amistad, fue aún más complejo darle forma.
Tras acabar la universidad, seguí dándole vueltas a «René» e intenté hacerla una novela. Como cabe esperar, también abandoné ese proyecto, aunque tengo unos borradores que dejaré aquí abajo por si te interesa saber más sobre mis delirios y obsesiones.
Podrá parecer que me quejo mucho de mis clases de guion —tomé una y media: la obligatoria y un taller que terminé dejando; puede que incluso hayan sido dos, porque creo haber dejado dos talleres—, pero aprendí muchas lecciones valiosas durante esas horas. y no solo me refiero a los formatos: aprendí que me dejo llevar mucho por lo que estoy leyendo o consumiendo en el momento, e intento hacer narrativas similares. Esto lo señaló la profesora del taller de guion que dejé, porque empecé a escribir sobre fantasía y artistas de troupe mientras leía «El Temor de un Hombre sabio» (2011, Patrick Rothfuss). Igual aprendí el verdadero significado de «escribe sobre lo que sabes», a reducir la forma para favorecer el espacio y a redactar pensando en lo que es posible hacer con cierto tiempo y equipo y lo que no.
Repasando por encima las versiones que tengo de «René», también tenía incluido por allí un poco de las novelas gráficas de “Scott Pilgrim” (2004-2010, Bryan Lee O’Malley). Lo noto en los diálogos triviales de cosas que solo le interesan a los amigos. Me cuesta un montón escribir conversaciones, ya que soy muy malo poniéndole atención a lo que me dicen otros, por lo que casi nunca sé de qué hablan o de qué debería hablar yo. Ah, sí, y la inspiración en «Scott» se nota a leguas en una referencia que hago a Envy Adams en una de las versiones.
Incluiré aquí diferentes revisiones de cuando quise hacerla novela y un texto que, por alguna razón, intenté escribir en 2020 sobre el motivo de existir de esta historia y la revisión de la historia de los personajes. Por desgracia, no encontré ningún borrador de los guiones. Daré por hecho que los eliminé durante La Gran Purga de la Universidad. Veré si logro dar algo buscando en las profundidades de cuentas olvidadas o si Kobeh tiene algo en su computadora.
Mientras tanto, me disculpo por los errores de redacción y ortografía que puedas encontrar en lo que hay a continuación. Hace mucho que no reviso estos textos y quería preservarlos tal como los concebí, con sus defectos y muchas diferencias entre sí.
«RENÉ (O, TAMBIÉN: DOCE DÍAS EN LA PLAYA)». NOVELIZACIÓN. v1:
«De todos modos ya está muerta.»
Sostenía el recipiente plateado con fuerza, como si deseara comprimirlo o como si quisiera atravesar el frío aluminio con sus manos, para tocar el contenido y sentir su textura en las yemas de los dedos, como si también pudiera sentirla a ella; su piel blanca y suave, cálida en las noches más frías de invierno, cuando ambos se acurrucaban en su rincón de la ventana, para admirar las estrellas y respirar el mismo aire que, les gustaba pensar, habían respirado otros antes que ellos, mientras reían y se hacían cosquillas, con la luna como testigo; aquella piel cubierta de pecas y lunares que formaban mapas, mapas que él disfrutaba con la mirada, que alababa con caricias y que circundaba con besos que a ella se le antojaban como suaves caricias de pececillos, como de los tres japoneses que nadaban ignorantes en la pecera que tenían sobre el escritorio, junto a los libros y las fotografías.
Casi podía sentir su cabello, alucinante para sus ojos, del color de las hojas durante el otoño, y con el aroma de las flores de la primavera; que a veces desprendía el perfume de los girasoles, otras más el de las gardenias y en ocasiones especiales el del jazmín…
«RENÉ (O TAMBIÉN: DOCE DÍAS EN LA PLAYA)». NOVELIZACIÓN. v2:
A René jamás le importó el asunto de su nombre. Sin embargo, tras morir, «Reneé» era lo que se podía leer en la placa de su nicho de descanso. Este hecho resultó, de alguna manera, conmovedor. Era como si René jamás hubiera muerto, y que de alguna manera milagrosa, «Reneé» hubiera tomado su lugar en el último momento.
Las ruedas del coche emitieron un ronroneo agradable en cuanto entraron en contacto con el camino de tierra. Sin embargo, ninguno de ellos lo notó, así como tampoco percibieron el susurro de las olas del mar acercándose a darles la bienvenida, ni el canto perdido de un ave matutina escondida entre los árboles y palmeras que bordeaban el sendero que recorrían, alejándose de la carretera principal.
Dentro del coche, “Ghosts” de The Heart & The Heard se mezclaba con el sonido mecánico del aire acondicionado y con la voz grave de Gustavo, quien completaba las partes que desconocía de la canción con murmullos tan agudos como era capaz de alcanzar. Su voz había cambiado en tercero de secundaria y, desde entonces, intentaba volver a aquellos días en los que podía seguir la armonía de “Oh Ana” de Mother Mother sin ningún problema. No era sencillo…
«RENÉ (O TAMBIÉN: DOCE DÍAS EN LA PLAYA)». TEXTO DE 2020:
Nunca he estado seguro de qué quiero contar en esta historia. No sé si en este momento lo sé, solo quiero adentrarme en ella. Ahora mismo creo que se trata sobre la amistad. En parte, la mía para con los demás y la de los demás para conmigo.
René o también: doce días en la playa es una compilación de muchas cosas que me gustan, y una exploración humana.
Actualmente, una expiación de mis propios pecados, que espero resuenen en alguien más. Si no esperase que alguien más se encontrara en esta historia, no la escribiría. La mantendría en mi mente…
3 comentarios en «Proyectos de un pasado que siente presente (o «¿Dónde Quedó el Amor?»)»
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