Hace poco, motivado por Dani, una amiga que conocí en el trabajo, decidí revisitar los videos que he hecho en el tiempo que llevo laborando en The Walk —ya casi seis años— para compartirlos con los demás, poniéndolos en algún otro sitio y mostrándolos como «míos».
Gracias a esta pequeña aventura descubrí dos cosas que parecen muy importantes: necesito ser más ordenado al respaldar mis archivos —porque, al parecer, he borrado muchos— y… no me gusta casi nada de lo que he hecho.
Fue «curioso» descubrir que, tras tanto tiempo, son muy contados los proyectos que he realizado de los que estoy… no «orgulloso», pero que al menos puedo poner en un lugar público que lleva mi nombre —Instagram— para que la gente los relacione conmigo.
En su momento, para entregar, doy por hecho que dichos videos me parecieron bien, considerando el tiempo, los medios o las condiciones que tuve para realizarlos. Empero, al verlos ahora, siento una especie de vacío al pensar en la futilidad de lo que hice. En la poca permanencia de lo que en su momento se sentía «ok». Solo «ok».
En retrospectiva, jamás he estado conforme con lo que soy capaz de llevar a cabo; me siento con una formación a medias —gracias Comunicación. Sin embargo, darme un clavado en el pasado y toparme con una montaña de cosas que considero «descartables» fue un golpe de realidad que me hizo reconsiderar la manera en la que abordo los trabajos, así como mis propias motivaciones y las verdaderas aptitudes que poseo para llevar a buen puerto aquello a lo que me «comprometo».
El experimento de visitar los archivos de mi trabajo también me hizo notar el abuso que hago de la cámara lenta para que algo sea bonito. Qué puedo decir. Es un vicio sobre el que hay que trabajar para eliminarlo, porque lo he alimentado ya por mucho tiempo. Y esto quizá solo se puede hacer consumiendo más y más productos audiovisuales «de calidad».
En varias ocasiones he intentado explorar mi propia capacidad para detectar, en el día a día, momentos que valga la pena grabar, todo derivado de la increíble capacidad de un ex-compañero de la universidad para mantener en video las cosas más cotidianas del mundo. Su «ojo» es fascinante. ¿A qué me ha llevado esta práctica? A tener una pequeña colección de momentos especiales en los que sí encuentro belleza.
Quizás encuentro más satisfacción en la cotidianidad porque no siento la obligación de obtener algo que se sienta bien. Son solo situaciones que ya existen y que tengo la suerte de poder guardar y compartir. Supongo que es este mismo pensamiento el que me lleva a idealizar la latente necesidad que hay en mi interior de hacer documentales «indie»; hay una magia muy hermosa en la realidad vista a través de los ojos de los otros.
Quizás algún día lo haga.
Esta reflexión, como muchas otras de las que están en A La Deriva, no es más que la autopsia, en «voz alta», de las ideas que tiendo a rumiar en mi cabeza. Si llevará a algún lado, lo veremos.