A veces me daba por pensar en un título que sonara bien y luego rellenar con un contenido que fuera adecuado para este. Algo así como… ¿forma antes que contenido? No estoy seguro de si el símil aplica en este caso; de no ser así, pido disculpas.
En las últimas dos, quizá tres semanas, me vi obligado a trabajar un poco más en mi redacción —porque, ya sabes, trabajo en una revista independiente de moda—, en tomarme más en serio lo que hago. Con la integración de un nuevo elemento a la plantilla de mi empleo, ha vuelto un poco la motivación, las ganas de poner a rodar los engranajes de la mente que me permiten unir palabras en una secuencia que tenga más o menos sentido. Hacer eso, creo, se me da casi bien. Aunque no sé si tan bien como para intentar hacerlo para otras personas; tampoco es como que se haya presentado la oportunidad. A fin de cuentas, no es que saber unir un verbo con un sujeto y un adjetivo sea algo muy destacable.
Platicando con esta misma persona, surgió el tema de los documentales. En algún momento de mi vida pensé que quizá sería lindo dedicarme a ello; ir por ahí hablando con desconocidos. Interesándome en sus vidas. Bla. Bla. Bla. Ahora, años después, caigo en cuenta que soy un introvertido asocial con TDAH, quien pocas veces es capaz de articular más de cinco palabras con extraños. Intento imaginarme explorando las vidas de los demás y… bueno, creo que al menos la cámara me ayuda a acercarme a los demás. Es como esa máscara que te pones para salir al mundo y hacer cosas de las que no te crees capaz. Ahora mismo estoy jugando “Persona 5 Royal”, y me encantaría hacer una metáfora entre esto y los Ladrones Fantasma de Corazones, empero, no estoy seguro de entender —todavía— cómo funciona eso de las Personas y las máscaras, entonces… Lo dejaremos en el tintero digital. Por ahora.
El caso es que la charla sobre los documentales, más tarde ese mismo día —¿o uno distinto? A veces las horas se combinan— me llevó a pensar en la vieja cuenta de Tumblr en donde subía las fotos que le tomaba a las personas de mi universidad. Personas que no conocía. Personas a las que solo les apuntaba con la lente porque sí. Qué tiempos. Qué facilidad. Qué… extraño.
No sé si crecí y conmigo la neurodivergencia, o si simple y sencillamente he llegado a aceptar como algo intrínseco a mí ese desagrado por las interacciones sociales que, quizá, siempre estuvo viviendo en mi mente, relegado a una esquina polvorienta porque cuando eres adolescente necesitas interactuar con los demás para formar vínculos que te ayuden a superar esa etapa tan confusa. Agradezco haberlo logrado. Y también le agradezco a las personas que, a pesar todo, de esta insistente necesidad que tengo de tensar el lazo de la amistad, siguen formando parte del cúmulo estelar de mi universo de lenta expansión.
Este blog, en sí mismo, junto con la redacción, los documentales y la fotografía por el mero gusto de hacer fotografía, constituye uno de mis caminos olvidados con el paso del tiempo. Lugares poco frecuentados. Abandonados, en los que la maleza ha crecido tanto que ya es complicado vislumbrar, en algunos casos, si tan siquiera hubo un sendero en el pasado. Así sucede con muchos otros aspectos, en la vida de todos nosotros: miro hacia atrás y exploro mis etapas, de cuando hacía streams y me juntaba con mis amigos a jugar D&D… —más o menos en la misma época. El paso de los años hace que cambien los rumbos, que algunos senderos sean un mero recuerdo, y que otros nuevos aparezcan frente a nosotros. ¿Qué tan correcto es mirar hacia atrás, hacia las «calles» que antes transitábamos y que parecían definitivas? No lo sé. Nunca ha sido del todo de mi agrado eso de «ver hacia atrás», aunque me sorprendo haciéndolo un poco más de lo que me gustaría. Me encuentro rumiando sobre lo que hacía, y qué tanto me aferro a ello a pesar de que, tal vez, solo fue una etapa pasajera. Por ejemplo, este blog: ¿volver a él de manera esporádica es terapéutico, o solo una práctica que no quiero soltar? ¿Qué tanto lo disfruto y qué tanto es una rutina autoimpuesta que, considero, me define sin en realidad hacerlo? Supongo que, quizá, tú también puedas tener cosas así. Caminos olvidados a los que regresas por mera costumbre, o porque sientes que son parte de tu núcleo, cuando en realidad podrían ser solo líneas de terracería que ya no llevan a ningún sitio en particular. ¿Alguna vez lo hicieron?
Quiero pensar que también es válido abandonar esos caminos por la paz, aunque suena como el paso más complicado. Nos gusta aferrarnos a la idea de lo que creemos que somos, de lo que éramos. Hablo de manera generalizada, por supuesto, aunque la terapia me ha enseñado —creo— a ser un poco más flexible a la hora de mirar el mundo. ¿Tú te aferras a la idea de lo que eras o hacías? Es como… empezar un nuevo rompecabezas, pero queriendo incluir piezas de uno antiguo que te gustó mucho y que no sabes si deberías dejar ir. O no. No es la metáfora correcta. Es, más bien, como tejer un suéter y no saber si deberías usar parte de la lana que te sobró del anterior, porque te gustaba el color, la textura o por cualquier otra razón.
Un ejemplo claro es la escritura, un tema recurrente en este lugar —tanto que hasta a mí mismo ya me cansó traerlo de regreso una y otra y otra vez. Antes de verdad disfrutaba hacerlo; sin embargo, desde hace años que no me siento a escribir ficción con esmero. ¿Me aferro a la idea de que es algo que me define, a pesar de que ya no lo haga? ¿O de verdad es un hábito que me gustaría retomar? Disfruto poco meterme con este tipo de ideas. No me gusta sentir que podría encontrarme con que algo que creí que Me Conformaba ya no lo hace más.
Hace poco estuve jugand “Elden Ring”, un excelente juego con una historia que enamoraría a cualquier amante de la fantasía —y cómo no, si George R. R. Martin estuvo involucrado. El caso es que en el DLC de este videojuego, “Shadow of the Erdtree”, el Empíreo Miquella hace un recorrido por el Reino de las Sombras mientras se deshace de partes de sí —tanto de su cuerpo como de su mente— en su camino para convertirse en un Dios y, también, poder traer de vuelta su consorte. La idea de Miquella abandonando por todos lados piezas de sí mismo me resulta increíble, un concepto de lo más atractivo. «Aquí abandono mi brazo derecho”, «Aquí abandono mi amor» son algunas de las frases que se pueden leer en las Cruces en las que el Empíreo va dejando rastros de sí. Curioso pensar hasta ahora en ello. Aunque en “Elden Ring” la historia de Miquella podría tener un significado distinto a lo que intento describir ahora mismo, también tiene sentido pensar que vale la pena abandonar algunas cosas para convertirse en algo más.
