Portada: “Dédalo e Ícaro” por Mimmo Jodice. Tomada el 10 de julio de 2016 por mí.
Toda maquinaria se desgasta, se atrofia. Es un hecho irrefutable. Con el paso del tiempo, los componentes ya no son lo que solían ser. Solo con el debido mantenimiento podemos conseguir que una máquina conserve un óptimo funcionamiento por el mayor tiempo posible; y, aun así, todo en este mundo (¿universo?) cumple su ciclo de existencia.
El uso que le demos a las cosas puede acortar o alargar su vida útil; ya sea que hablemos de un uso correcto o incorrecto, prolongado o inexistente. Cada factor es determinante.
Nuestras mentes, nuestros cuerpos, son máquinas orgánicas. Máquinas que requieren de un correcto uso para mantener un funcionamiento adecuado; si nos excedemos con prácticas indebidas o poco saludables, los componentes podrían fallar; si no los usamos, sucederá un poco de lo mismo. Pasar mucho tiempo sentados es malo; excedernos en un determinado ejercicio, también. No somos criaturas de extremos.
Las interacciones sociales, nuestras relaciones personales, también funcionan como maquinarias, aunque cada una es bastante particular; hay algunas que necesitan de un uso constante para mantenerse como nuevas; otras, por el contrario, pueden no ser usadas en meses, incluso años, y seguirán como el primer día. Es una cosa curiosa la amistad.
¿A qué pretendo llegar con estos párrafos? A que estoy agotado, y que siento que mi vida se me escapa por entre los dedos, como polvo de óxido. Quizá solo estoy siendo dramático y, en realidad, esta afectación es una falta de adaptación a un ritmo de vida distinto al que me gustaría tener en este momento, mientras todavía soy joven y, hasta cierto punto, funcional.
Mi cuerpo y mente, como máquinas orgánicas que son, no han tenido un descanso propiamente dicho en mucho, mucho tiempo; actualmente, vivo tan acostumbrado a largas jornadas y a no saber poner límites, que cuando, por una u otra razón, decido darme 5 minutos o algo se me pasa gracias a la saturación de ideas y pendientes, llego a sentirme como la peor persona del mundo; como si no tuviera permiso de equivocarme, sin importar lo minúsculo que sea mi error. Me he puesto a mí mismo en un régimen tan estricto que ahora está afectando mi vida personal. He olvidado cómo darme un tiempo para mí y cómo darle de mi tiempo a los demás: por ejemplo, mi última entrada en este blog fue el 16 de agosto de 2022, y solo fue el posteo de un texto que ya había hecho con anterioridad. Como tal, la última vez que me di el tiempo de sentarme a escribir para A La Deriva fue, quizá, el 13 de junio de 2021, sin contar un pequeño párrafo del 27 de agosto de ese mismo año. Hace más de doce meses que no me regalaba un par de minutos, de horas, para hacer lo que se supone que tanto me gusta: escribir, redactar, y no como un encargo para alguien o algo más, sino por el mero gusto de jugar con las palabras. Es algo que extraño, que me encantaría poder volver a hacer. Hay un placer muy particular en las inexistentes limitantes de los mundos literarios. Con las simples palabras puedes crear lo que se te antoje, desafiar las leyes de la física, dar vida, deconstruir y… bueno, como siempre, me estoy saliendo del tema.
Por desgracia, mi ensimismamiento (por no utilizar otras palabras más adecuadas que apuntan a un problema distinto) y enfoque en ciertos aspectos de mi vida, ha estado haciendo que deje de lado otros, algo que en cierto momento me dije a mí mismo que no permitiría. Pero, como dicen, el primer paso es aceptarlo, y me gustaría iniciar una búsqueda en la que vuelvo a encontrarme, porque siento que me he perdido, al menos en mí mismo y en mis prioridades.
Soy una persona con un pensamiento… lineal, o «cuadrado», que se bloquea y cree que existe una sola posibilidad, una única solución para los problemas, y que, como un caballo con anteojera, es incapaz de reconocer sus alrededores. «Hay un solo camino, y ese debemos seguir». Las personas a mi alrededor, poco a poco, me han enseñado que no es así, y que puedo apoyarme en ellos para encontrar nuevas maneras de sortear las dificultades. Dejarlas de lado, no hacerlas mi prioridad, es un problema que debo resolver a la brevedad, y que todos deberíamos tener en cuenta: un lugar es tan bueno como las personas que hay en él, y ninguna máquina es capaz de operar sin la intervención de otros.
No te descuides. No dejes de hacer lo que amas. No hagas de lado a los demás.
Y si lo estás haciendo o ya lo has hecho, no es tarde para volver a un camino de equilibrio.
Tú vienes primero, lo mismo que tu bienestar.
Somos máquinas, sí, pero también humanos.
Lamento que esta entrada no contenga mucha más sustancia y solo parezca una reflexión de cosas que para otros pueden ser obvias; no obstante, necesitaba transcribir mis ideas, organizarlas. Volverlas reales, aunque sea, en pixeles.
Somos procesos, un trabajo en constante mejora, y aprendemos y nos perfeccionamos.
1 comentario en «Maquinaria desgastada; cosas de valor»
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