Para mi trabajo, tuve la oportunidad de entrevistar a Greta Elizondo, solista de la Compañía Nacional de Danza de México, por la salida de su primer libro, El mundo es tu escenario. En este texto, ella hace una comparación entre las etapas de una clase de ballet y la vida cotidiana. De entre las cosas que dijo —puedes leer la entrevista dando clic aquí—, me quedé, principalmente, con una enseñanza: forzarse.
Las actividades creativas son complicadas, no nos engañemos. Enfrentarse al lienzo o a la página en blanco es terrorífico. Allí tienes que verter tu mente y tu alma para crear algo que no solo sea de tu agrado sino que, también, hasta cierto punto, pueda agradarle a alguien más. Alguna vez, algún profesor o profesora, quizá, dijo durante una clase que plasmamos nuestras ideas en forma de arte porque deseamos compartirlas. De no ser así, las dejaríamos solo como ideas, donde nadie más pueda verlas. Aunque con el paso de los años esta afirmación ha ido perdiendo validez en mi cabeza, una parte de mí sigue creyendo eso, que pintamos, escribimos, tomamos fotos o bailamos porque lo hacemos para los demás.
Y hacerlo es una tarea compleja; en el mejor de los casos, disfrutable. Normalmente, es sufrible hasta cierto punto. Elegir los colores, las palabras correctas; la luz adecuada o los pasos ideales, puede terminar siendo frustrante, y no porque lo que haces no te gusta, sino porque podemos llegar a exigirnos perfección. Para mí, es una mentira esa creencia popular de que si haces lo que te gusta, será fácil o esas tonterías. Cada cosa en esta vida tiene su grado de complejidad; no importa qué tan bueno o buena seas con la cámara. Siempre habrá un momento de frustración. Si no me crees, pregúntale a aquellas personas que trabajan en el cine. Yo solo tuve una probada de ello y, aunque las jornadas son terriblemente cansadas, terminas odiando a todos y te frustras a niveles estratosféricos, eso no significa que no ames esa labor.
Puede que este no sea tu caso. O que no sea el de alguien que conoces. De ser así, mis felicitaciones y respetos. No creo conocer a ninguna persona que no haya sufrido en nombre del arte o, si queremos verlo de un modo mucho menos pretencioso, en nombre de una actividad que exija creatividad.
Pero, bueno, ¿a qué voy con lo de forzarse? Para escribir su libro e ingresar al mundo de las letras, Greta se obligó a escribir, al menos, una hora al día. Si quieres, puedes llamarlo disciplina; una disciplina forzada y autoimpuesta. Una disciplina que, en muchos casos, puede surtir efecto. Y si la psicología no se equivoca, solo necesitaremos 21 días para que esto se convierta en un hábito.
¿Por qué esto es tan sorprendente? Porque siempre escuchamos que con perseverancia, todo se logra, y me resultó fascinante encontrarme con un caso tan de cerca, en el que una joven acostumbrada a un medio de expresión diferente —la danza—, encontró su camino entre las palabras gracias al esfuerzo, a sacrificar una hora de su día y no levantarse de la silla hasta conseguir lo que deseaba.
Solo es cuestión de una hora al día.