Todos tenemos una. Una obsesión. Puede carcomernos hasta la médula y tomar lo mejor de nosotros. Un día, mis obsesiones me llevaron a la puerta de lo que creí que era un problema mayor. Quizá lo sea y todavía está por desarrollarse.
Una de mis mayores obsesiones era la originalidad. Quería encontrar el hilo negro y que todo lo que hiciera, fuera Sirio en el cielo oscuro: el punto brillante al que todos dirigen su mirada. ¿Qué creador no quiere eso, en algún momento de su vida? Creas, creamos para compartirlo con el mundo. Alguien alguna vez me dijo que si sacas las ideas de tu mente, es para mostrarlas. Si no, las dejarías allí. En varias ocasiones me han refutado este argumento, que yo he tomado como un credo. Siempre he creado por y para los demás. Por supuesto que tengo una necesidad que satisfacer, sin embargo, quiero que los demás vean lo que hago. Por eso tengo un blog. Por eso estás leyendo estas palabras ahora mismo.
Durante mucho tiempo, Karla, a quien aún considero mi mejor amiga, fue la única que me ayudó a cargar este peso. Me daba la mano cada que la sombra densa de la incertidumbre se cernía sobre mi pequeño ser. Es algo que le agradezco de todo corazón; he sido muy ingrato con ella.
Comencé a escribir en la secundaria. La historia se llamaba Strawberries and Cream, en honor a una de mis series favoritas, The Mentalist. La trama era sencilla: un chico con una doble personalidad que no sabía que era un asesino que, en cada una de sus escenas del crimen, dejaba una mariposa de origami. Aprendí a hacer mariposas de origami por eso. Ahora ya no recuerdo los pasos a seguir. Ni de las mariposas ni de la escritura.
Mi siguiente historia llegó en el género de la fantasía. Strawberries and Cream no fue terminada. Ni siquiera recuerdo que hubiera más de un capítulo. Circus llegó luego de que leyera Cirque Du Freak, de Darren Shan. Comenzaron a gustarme mucho los circos. El espectáculo en general. Circus era la historia de este chico, James, quien escapa de casa para unirse a un espectáculo itinerante donde encuentra personas capaces de hacer cosas extraordinarias. Elyse, la chica que era capaz de crear fuego. Y otros. No recuerdo más personajes además de James, Elyse y quizá por allí había una bruja. Creo que James tenía una mejor amiga.
Circus era publicada en Wattpad, por ahí del año 2011. Todavía hay tres capítulos disponibles, de los 31 originales. Alcanzó 46 mil lecturas y en los últimos capítulos, tenía al menos unos cuantos seguidores que la leían cada que se actualizaba —muchos menos, por supuesto, que cuando comencé. La historia termina con la muerte de Elyse a manos de su padre, el dueño del circo. Con James volviendo a su vida cotidiana, o escapando; con su mejor amigo persiguiéndolo y una serie de desventuras típicas de una novela para jóvenes adultos.
En los tiempos de Circus quise escribir El Héroe del Infierno. Esta historia comenzó cuando leí una escena de Demonata, también de Darren Shan. Había un niño sentado en una mesa larga, con otro hombre junto a él. Eso me cautivó. El décimo segundo libro de esa saga lleva por nombre Hell’s Heroes. En realidad, no fui nada sutil al proclamar de dónde venía mi inspiración.
El Héroe del Infierno me sobrepasó. En parte, fue lo que me hizo dejar de escribir.
Terminé el primer borrador con casi 300 páginas, luego de mucho tiempo invertido. El día que lo acabé, estaba sentado en un jardín, bajo un árbol, con la notebook en las piernas y un sentimiento de satisfacción que rara vez he vuelto a sentir. Ni siquiera graduarme de la universidad me hizo sentir tan valioso como terminar mi primera historia propiamente dicha. Circus había sido una progresión de ideas compartida con el mundo. El Héroe del Infierno la había escrito solo para mí —y para Karla, por supuesto.
Una vez terminado El Héroe del Infierno, venía la parte de reescritura. Una noche, cerré la laptop y me fui a dormir. Al día siguiente, no pude abrir el documento. Intenté recuperarlo por todos los medios posibles, pero fue inútil. Estaba triste. Mucho. Decidí que no volvería a escribir en un tiempo.
Cuando volví a darle la oportunidad a El Héroe del Infierno, y quise escribirlo desde cero, había aprendido unas cuantas cosas sobre narrativa. Había consumido muchas más historias y, de algún modo, sentía que estaba listo para aferrarme a un estilo. No lo estaba, claro.
Narrado de este modo, suena muy sencillo. No lo fue. Durante todo este proceso, pasé por muchos altibajos. Más de una vez me sentí destruido al encontrar historias similares a la mía, o al darme cuenta que lo único que hacía era tomar ideas que me gustaban y juntarlas en un collage que consideraba una historia original. El título de mi mayor logro era la traducción de otro título; la escena que había inspirado toda la historia era algo que había leído en otro lado; incluso mis personajes favoritos de la reescritura eran, son algo que me gustó de Sword Art Online y que quería contar a mí manera. Por supuesto que no plagiaba, sino que tomaba algo que me gustaba y le daba mi visión. Algo así como te dicen en Roba como un artista. Robar de una persona es plagio. De varias, es inspiración.
Llegó el momento de reescribir El Héroe del Infierno sin nada más que lo que recordaba. Mi fantasía urbana fue dividida en cinco arcos argumentales, y comencé por el medio, porque no estaba listo para enfrentarme una vez más al inicio de la historia. Este arco se llamaba Siete Rosarios, y sería precedido por Hojas Hermanas y Ciudad de Esencias y Espíritus. Sería sucedido por otros dos títulos, uno de ellos, El Héroe del Infierno, en honor al nombre original de la historia.
El día que acabé Siete Rosarios, con más de 300 páginas, quizá 400 si lo ponía en un formato común, me volví a sentir tremendamente satisfecho. Incluso, en la escena clímax, me di el permiso de llorar. Me había enamorado de mis personajes y hacer lo que hice con ellos… Bueno, hice lo que tenía que hacer. Así como Dumbledore con Harry, los había criado para ser cerdos para el matadero.
Me sentía muy bien. El libro estaría compuesto de cinco parte y una sola de ellas ya eran más de 300 páginas.
Fue entonces cuando el peso de El Nombre del Viento cayó sobre mí. No había leído nada igual. Era una novela fantástica, con un personaje principal lleno de defectos. Eso me encantaba. Cuando miré Siete Rosarios, y me encontré con mi personaje principal, Samuel, al menos podía estar satisfecho con él en ese sentido: no era perfecto. Era irracional, cometía errores, se dejaba engañar. Sin embargo, no estaba conforme con mi mundo. No era ni un ápice tan grandioso con el de Rothfuss. Entonces comencé a cambiar la historia. La incliné más hacia el lado de la fantasía épica, relegando a la fantasía urbana. La deformé tanto que, entonces, me di cuenta de lo que estaba haciendo: solo estaba agregando más ingredientes a una sopa que si bien no era perfecta, al menos no necesitaba nada extra. Pero ya estaba hecho. No podía volver al principio. La idea de la transformación ya estaba allí.
Solo hay una persona capaz de hacerme cambiar completamente de parecer sobre algo, creativamente hablando, y ese es Kobeh, mi mejor amigo. Si a él no le gusta algo que hago, tiendo a tomármelo muy en serio. Para mí, él es un erudito de la narración.
En mayo, comencé algo que supuestamente sería una serie de relatos en mi cuenta de Instagram, inspirados por el primer capítulo de una historia que comencé hace tiempo. Publiqué el primer capítulo y cuando tuve el segundo, se lo enseñé a Kobeh. Me dio su opinión y decidí no ponerle más atención a esa historia. Sus correcciones son buenas. Me abrieron los ojos al proceso mecánico que había comenzado; a lo oxidado que estoy; a que ya olvidé cómo hacer mariposas de papel. Ahí está otra de mis obsesiones: tiene que ser perfecto. Confío demasiado en esa cosa que se supone que tengo, un talento, y a veces siendo que es más grandioso de lo que en realidad es. Lo veo a través de una lupa. A veces espero algo que sé que no llegará. Todo necesita perfeccionarse.
Ese mismo día, también decidí dejar de tomar tan en serio a Kobeh. Es observador, es minucioso, y cuando comenta, intenta hacerlo únicamente sobre lo técnico. Sin embargo, también sé que tiene sus deslices. Siempre tomaré en cuenta su opinión, porque lo respeto como creador; así como también impondré lo que quiero por sobre lo que es correcto. Como cuando escribíamos guiones juntos.
Luego del fiasco de Siete Rosarios me dije que quizá era momento de dejarlo, por las buenas. Que la escritura no era para mí. Luego me topé con otra historia; con algo que parecía adaptarse más a una visión de mi mundo. Mi obsesión con el secretismo y la paranoia me llevaron a abandonarla, pues creía que alguien más la estaba escribiendo. Y esa fue la gota que derramó el vaso. Desde entonces, no he escrito nada que sienta que vale la pena. Nada que quiera mostrar. Quiero darle a las personas algo perfecto. Tal cosa no existe.
Un ser imperfecto no puede crear algo perfecto.
Luego de mi separación con la escritura, intenté llenar el vacío con la fotografía y con la cinematografía. A la gente le gustó lo que hacía. Me decían que era bueno, que lo soy. Yo solo suelo agradecer y continuar mi camino. Pueden llamarlo humildad o cualquier cosa. Nunca sé cómo responder a los halagos, porque no siento que los merezca.
La fotografía, en un inicio, se me hizo fácil. Mucho más sencilla que la escritura. Podía obtener el resultado en un clic. En unos segundos, tenía mi producto hecho. No necesitaba meses de estar sentado frente a la computadora, noches desvelado, para tener algo con lo cual sentirme satisfecho.
Luego descubrí que la fotografía, como toda actividad creativa, requiere que se le trate con respeto y cuidado. Es, como diría Rothfuss sobre la música, una amante celosa.
¿Si tuviera que elegir entre la fotografía, el video, el dibujo y la escritura, qué elegiría? La escritura. Desde la secundaria, quiero ser escritor. Quiero vivir de las palabras.
Seguro tú también tienes algo de lo que quieres vivir, ¿no es así? ¿Qué es aquello que te mueve en el día a día? Aunque no lo hagas. Algo que anhelas y que te haría feliz si pudieras llevarlo a cabo cada día de tu vida. ¡HAZLO! No importa que ahora no te dediques a ello. El muno no es ideal. Pero da pasos hacia ese objetivo.
Cuando comencé a escribir guiones, mi estilo era muy literario. Ahora me limito a describir con oraciones cortas, tanto en guiones como en cualquier otro texto largo. Perdí, de cierto modo, una chispa que formaba parte de mí.
Cuando escribía, había algo de mí que brillaba, pero que también estaba muy lejos de este mundo. No importa con quien estuviera, mi mente flotaba de vuelta a ese hotel en el que vivía Sam, o al circo donde se encontraba James. Alguna vez le dije a una persona que usaba la escritura para escapar y que si ya no lo hacía, era porque quizá, por fin, había encontrado la manera de sentirme a gusto en el mundo.
No hay que equivocarnos. Cualquier creador crea porque siente una inconformidad hacia algo. Sus creaciones son su medio de escape. Son su grito guerra.
Juan Rulfo dejó de escribir el día que sintió que ya no tenía nada más que decirle al mundo.
Mis obsesiones comenzaron con la originalidad, porque sentía, quizá sabía, que cacería de ella. O quizá solo estaba buscando algo con lo que me sintiera identificado; todavía lo hago. Todo creador comienza imitando. Tomamos los estilos que más nos convencen y con el tiempo, los transformamos, los adaptamos y de ahí sale algo que es aparentemente nuevo, pero que en realidad solo es una mezcla de colores. Puedes hacer una genealogía de cualquier creador a quien admires: todos y todas ellas, a su vez, imitaban y admiraban a alguien.
¿A dónde pretendo llegar con todo esto? A que ahora acepto lo que me gusta, y lo que me inspira. No me obsesiona crear un color nuevo, porque no es el caso. Escribir no se trata de la novedad; ni la fotografía, ni la música, ni ninguna de esas disciplinas. Esto se trata de tomar lo que sientes, sean esas emociones crudas o esa necesidad, y ponerlas en un molde: un lienzo o páginas, la pauta musical o una prenda. Esto se hace porque así lo sientes. No importa nada más. Un estilo vendrá. A Neil Gaiman se le ha acusado de no ser original; de solo tomar historias ya existentes y adaptarlas. Si es cierto o no, no importa. Lo disfrutamos.
Hace poco, Kobeh me compartió un reto mensual, que consistía en dibujar un escenario distinto cada día. Se me ocurrió que mi personaje sería esta chica, que un día descubre que se está desvaneciendo, porque ella es un sueño y su soñador está despertando. Ella desea encontrarlo para agradecerle por haberla soñado, y emprende una aventura para conocerlo. Mientras dibujaba a la chica, me detuve y pensé si mi historia no era similar a El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas de Haruki Murakami. Murakami es el escritor que, actualmente, más leo. Repasé mentalmente la historia del escritor japonés: la similitud se hallaba en el mundo de los sueños, y en el despertar. No pensaba en Murakami cuando se me ocurrió la chica: en realidad, solo pensaba en cuánto me gusta el estilo del videojuego Gris, en cuan etéreo se siente. Imaginé a la chica desvaneciéndose y mi concepción del mundo de los sueños y, bueno, esto nació. Acepté que me gustaba, y que quería hacerlo. Que se lo debía a ella —no espero que entiendas de quién hablo. Me sentí liberado.
Ahora, llegados a este punto, puede que te estés diciendo: Bueno, este solo vino a decirme que ha copiado mucho de lo que hace. Sí. Supongo que sí. En parte se trata de eso. De dejar ver que la originalidad no es más que una obsesión estúpida que alguna vez perseguí. Y en parte esto es una catarsis para mí. Acepto que hay quienes estuvieron antes que yo, y que me toca aprender de ellos, de ellas. Que solo viendo cómo caminaron, seré capaz de abrir mi propio camino.
Esto es, también, una declaración para mí. Y para James y para Elyse. Y para Sam, Ivonne, aquella chica del tejado, la de orejas de elfo y todos los personajes que me acompañaron en El Héroe del Infierno y Siete Rosarios. Esto es una declaración para mis historias inconclusas y para las que vendrán. Una declaración y un agradecimiento. Fueron la prueba, el error y el aprendizaje. Tal vez algún día vuelva a ellos. Tal vez no. Pero ahí estuvieron, están, estarán. Me acompañaron durante mis obsesiones y nacieron de los más incomprensibles lugares. Son todo lo que me gusta y, por lo tanto, son yo.
Esto también es para las personas que me acompañaron más profundamente mientras trabajaba en esas historias: Karla, Natalia H., Kobeh.
Karla jamás dejó que me rindiera. Me motivó. Aún lo sigue haciendo; lamento que no estemos continuando con nuestro taller. Espero pronto podamos retomarlo —y perdón por todas las veces que hice que iniciáramos una historia colaborativa y que eso no nos llevara a nada.
Natalia H., gracias por escuchar atentamente todas las horas de mis palabras sin sentido. Contarte sobre Sam fue lo que me ayudó a darle forma al mundo que alguna vez habitó. Y al que se supone que iba a habitar.
Kobeh, solo tengo una cosa que decir, y espero que sea suficiente: Demonios.
Mis personajes, lo que leo, lo que escribo, lo que veo, son
lo que me conforma.