¿Alguna vez has llorado mientras abrazas un árbol, antes o después de gritarle a un dios ancestral, en un volcán y sintiendo que no puedes seguir adelante? Es una experiencia que te llena de energía y liberación. Recomiendo que lo pruebes al menos una vez en la vida. Reta a la montaña, porque hay alguien más, allá afuera, que te está retando a ti, con una constancia propia que solo se puede equiparar a la de la expansión del universo. Quiere que le demuestres que vale la pena que estés a su lado. Sus pequeñas manías son crueles, a veces justas y adorables, a veces benevolentes. Le gusta darnos lecciones. Así se maneja.
No recuerdo cómo fue, pero cuando tenía cuatro años, me operaron. Tengo fotografías para compartir el momento, si un día me apeteciera hacer una presentación ante las personas que conozco sobre los Eventos De Mi Vida Que No Recuerdo, Pero Que Sucedieron. Eso abarcaría casi toda mi infancia, que solo puedo traer al presente a pedazos difusos, esparcidos por el País de mi mente, que está un tanto revuelto. Y que está rodeado de paredes frágiles.
Hasta ahora, no me he roto ningún hueso del cuerpo, ni he sufrido algún accidente en automóvil. Soy afortunado. Pareciera que Ella, la Vida, no quiere probarme de esa manera. O tal vez sí y lo está guardando para el futuro. Poco sabemos de Ella y su temperamento voluble, sin embargo, así la amamos con locura, de un modo u otro. Al menos la mayoría de los que seguimos aquí, de su mano.
Alto. Quizá sí me he roto un hueso, alguna vez, cuando era muy pequeño. Mi madre y yo íbamos en bicicleta a entregar un dibujo que yo había hecho. Mi pie de infante se atoró en la cadena. Sangró. Quizá se podía ver el hueso, quizá no. Tampoco tengo recuerdos de ello. Solo datos contados por alguien más. Hasta hace tiempo, tenía una cicatriz en el tobillo que servía como prueba infalible de lo que había sucedido. Era un óvalo casi perfecto. No obstante, con el tiempo, conforme crecí, la piel se estiró y la marca desapareció. No sabía que el cuerpo podía hacer eso, pero así es. Resulta sorprende cómo se recupera. Y hay personas allá afuera que han sufrido accidentes mucho más graves y que pueden constatarlo.
En donde estoy, en París, es de noche y debería estar durmiendo. Pero ya dormí todo el día, a ratos, entre esto y aquello. Tuve varios sueños. Al menos dos de ellos debería anotarlos. Uno está muy presente, mientras que el otro se ha ido desvaneciendo y creo que para recordar de qué trataba, tendría que esforzarme bastante.
En mi vida, he tenido al menos tres sueños que dejaron su impronta grabada en fuego y que soy incapaz de olvidar. En uno de ellos, sentí la ira más pura que jamás he sentido. Que no sabía que era capaz de sentir. Lo recuerdo con más nitidez que muchos aspectos de mi vida física —y la llamo «vida física» puesto que sería injusto llamarla «vida real», considerando que los sueños conforman también nuestra realidad, que es solo lo que captamos y procesamos con la mente— y puedo narrarlo con increíble detalle, desde el paisaje terroso, la casa abandonada, su color, forma y distribución, el automóvil abandonado y la cancha de básquetbol rodeada por grandes muros naturales de roca marrón.
El segundo sueño lo conforman otro paisaje terroso y estéril, un grupo de personas caminando en grupo, durante la noche, en un tour, un puente junto a lo que parecía ser un cementerio, y la extensión enorme de un desierto bajo las estrellas, acompañado por una joven de cabello blanco que disfrutaba conmigo de la inmensidad del mundo y de lo pequeños que somos en realidad. Creo que he vuelto a soñar con ella, y espero no crea que la he olvidado, donde sea que viva.
El tercer sueño es un poco más borroso y difícil de armar. Estaba en una casa, abandonada, con un jardín descuidado, con hierba seca y rodeado de paredes deslavadas, resquebrajadas, con un grupo de personas. Festejábamos. Compartíamos. Era un sueño alegre, a pesar del escenario.
Mi mundo de sueños parece un tanto lúgubre, si nos fiamos de mis descripciones. Si hiciera un mapa del terreno de los—
Acabo de recordar otro sueño, el que me hizo unificar todo y creer que, en realidad, se puede hacer un mapa de lo que llevamos en la cabeza, del lugar al que vamos cuando dormimos. En este sueño, yo estaba en un cielo, y desde él podía ver toda la extensión de lo que conforma mi País de los Sueños. Conocía aquellos sitios tan bien como me conocía a mí. Sabía que ya había visitado muchos de ellos, en el pasado, y que todos conformaban mi paraíso onírico. La certeza era incomparable. Al despertar, supe que, de un modo u otro, los seres humanos llevamos en nuestra mente un conjunto de lugares mapeables que visitamos solo al cerrar los ojos. Espero algún día esto se compruebe, porque, si existe el alma, tal vez cada uno de nosotros viaje a nuestro lugar de ensueño durante las noches —o cuando sea que duermas.
Lo que me lleva, por supuesto, a Haruki Murakami. Al terminar El Fin del Mundo y un Despiadado País de las Maravillas, me sentí decepcionado, pero no sorprendido, a la vez que satisfecho. Rara combinación, ¿eh? Allí —y a continuación hablaré de la trama de la historia, por lo que te sugiero que te saltes este y los siguientes tres párrafos si planeas leer el libro— nuestro personaje principal, sin un nombre, como es constante en la obra de Murakami, vive en Tokio y es un informático. Al menos, es una manera de explicar a lo que se dedica. Encripta información. Pertenece a algo llamado el Sistema, una empresa particular que se encarga del resguardo de datos. Nuestro personaje, en El Despiadado País de las Maravillas, —es decir, Tokio— tiene un encargo de un anciano científico, que le dice que debe hacer un lavado de cerebro —una manera de encriptar datos— y un shuffling. El shuffling es un sistema implantado en la mente de nuestro personaje principal, que él solo puede llevar a cabo escuchando determinada música y en un estado de subconsciencia. Cuando está realizando un shuffling, trabaja de manera mecánica, sin ser consciente de sus actos. Al terminar, no recuerda qué hizo durante el proceso. Nuestro personaje, más adelante, descubre que el sistema shuffling fue diseñado por el anciano, quien pertenecía al Sistema, y que está usando al personaje principal como sujeto de experimento, activando otro sistema implantado en su mente, llamado El Fin del Mundo, que acabará enviándolo a su subconsciente. Puede sonar un poco complejo, soltado de este modo. Otras personas, informáticos de la Factoría, un conjunto de ex miembros del Sistema, se dedican a robar información y quieren hacerse con el sistema shuffling. El anciano le regala a nuestro personaje principal el cráneo de un unicornio.
Mientras esta historia se desarrolla, a la par nos cuentan la vida en El Fin del Mundo, una ciudad amurallada a la que otro personaje principal acaba de llegar. La ciudad tiene ciertos habitantes, y cada uno desarrolla una función específica. Está el Guardián, por ejemplo, quien se encarga de cuidar a las bestias, unicornios que salen y entran de las murallas y que ven su población drásticamente reducida durante los inviernos. Al llegar a la ciudad, nuestro otro personaje principal es asignado como el Lector de Sueños, y también le quitan su sombra, que representa, además, su corazón. El trabajo del Lector de Sueños es estar en la biblioteca, leer cráneos de unicornios a través de sus dedos y una luz que proyectan, y estar acompañado por la Bibliotecaria. En el transcurso de esta segunda narración, nuestro personaje intenta que su sombra, que muere al tiempo de ser separada de su cuerpo, no perezca. Se enamora. Sospecha. Explora.
¿Qué tiene esto que ver con lo que conté de los sueños mapeables? Que nuestros dos personajes principales son el mismo. Y la historia sucede, ya sea en el pasado y en el presente, o de manera simultánea. El personaje del Despiadado País de las Maravillas, descubre, luego de hacer el shuffling, que en unas cuantas horas, perderá su consciencia y se sumirá en un nivel profundo de su mente, donde vivirá eternamente. Y eternamente es una manera muy clara de decirlo, puesto que el tiempo, para la mente, es relativo. Dentro del mundo de sueños, unos instantes en el mundo físico pueden ser horas, días o semanas. Podemos quedarnos dormidos durante dos minutos e ir al mundo onírico por un tiempo indefinido. La mente puede estirar un segundo cuando le plazca. Para ella, no hay límites. Dentro de nuestra cabeza podemos vivir eternamente. Y es justo eso lo que le sucede a nuestro personaje principal, quien nos narra su vida también en El Fin del Mundo, ya dentro de su mente. Durante todo el tiempo, su sombra ha estado intentando sacarlo de la cárcel que es su cabeza y regresarlo al mundo físico. ¿Lo logra? Eso sí lo dejaré en misterio.
Haruki Murakami plantea en esta historia la existencia de un mundo interior, al que podríamos acceder de un modo u otro. Y eso sería fascinante. Que todo con lo que hemos soñado, donde hemos estado, se reproduzca de nuevo. Que podamos visitar los mismos lugares, ver a las mismas personas, probar la misma comida. Idílico.
¿Alguna vez has soñado con un lugar con el que ya habías soñado con anterioridad? Algo como si de capítulos se tratase; una noche vives uno y, a la siguiente, o varias después, pasas al otro. A eso me refiero. ¿Y si lo visitamos de nuevo porque existe, en algún espacio? Ya sea en nuestro interior o en los confines de otros universos.
—sueños, ¿cómo sería tu mundo? ¿Y si las personas que están en coma visitan ese país lejano y desconocido?
Pero me he desviado del camino central. De lo que quiero hablar es de los retos, y de demostrarle a la Vida que merecemos estar con Ella, en este Despiadado País de las Maravillas. Creo que la Vida nos pone retos enfrente para averiguar si somos dignos de estar con ella, de disfrutarla. Esos retos nos hacen crecer y apreciarla, o nos tumban y nos hacen cuestionarnos todo lo que conocemos. Incluso, a veces, estos retos son imposibles de sortear. O no encontramos una salida. A veces solo ha llegado el momento.
¿Con qué muros te has topado últimamente? ¿A lo largo de tu vida, qué has superado? ¿Cómo le has demostrado a la Vida que la mereces y que Ella te merece a ti? Recuérdalo y llénate de orgullo. Los límites se sobrepasan, porque solo así podemos crecer. Por eso digo que también es adorable, porque es como si quisiera, Ella, la Vida, vernos más fuertes, más preparados.
Y la mente también juega un papel importante en este proceso. El día de hoy —ayer, acá ya es pasada medianoche— y durante los días anteriores, muchas personas me han pedido que piense positivo. Que el cómo enfrente dentro de mí una determinada situación, impactará en lo que suceda en el mundo físico. Así mismo, el budismo, en el Noble Óctuple Camino, nos dice en el Entendimiento Correcto que con el pensamiento se puede disuadir el sufrimiento, llevándolo por un sendero de liberación, y que la Atención Correcta consiste en controlar la mente y entrenarla en permanecer centrada. Vivimos dos mundos, el físico y el interno, que se complementan. Quizá Sócrates tenía razón y el Topus Uranos está por allí, en algún sitio, esperando para darnos todas las respuestas.
Estamos programados, eso es cierto. Somos máquinas con un software dado por la genética. Según la psicología, ese software recibe el nombre de temperamento, que determina el funcionamiento de nuestro sistema nervioso y endocrino. El carácter, por otro lado, es aprendido. Son los programas que nos instalamos conforme avanzamos en la vida; las actualizaciones del temperamento, y que vienen a definirnos un poco mejor. Es movible. Transformable. El temperamento, por lo que tengo entendido, no lo es. Al menos, no todavía. El temperamento es la tesis y el carácter la antítesis. La personalidad aparece como la síntesis.
La personalidad, añadida a nuestras otras capacidades, son lo que nos ayuda a enfrentar los retos de la Vida. Y también de donde Ella toma ventaja para saber qué lanzarnos después.
¿Por qué abracé un árbol, lloré y grité a un dios ancestral? Porque fui a hacer alpinismo, hace un año, y me dio mal de montaña. Me sentía mareado y fatigado, sin hambre y solo quería estar acostado. El proceso de abrazar y gritar me ayudó. Sentí a la naturaleza y descargué mucho de lo que había dentro de mí. De verdad, un ejercicio tan sencillo, impactó en todo mi cuerpo como si de una medicina celestial se tratase. Al poco rato volví a sentirme mal, pero mientras duró, fue fascinante. La mente de verdad juega un papel importante en el cómo nos desarrollamos en el mundo físico.
Al final, decidí que no podría subir el volcán inactivo. Que me quedaría en el campamento. Tuve sueños febriles durante la noche, y a veces pienso que era la naturaleza hablando conmigo. Puedes llamarme loco, pero incluso tú desconoces qué fuerzas interactúan en la inmensidad del cosmos. Hay mucho que se nos escapa, mucho que no podemos comprender por más que lo intentemos. Al día de hoy, no sabemos con certeza qué es la materia oscura. Tal vez como Philip Pullman lo propone en His Dark Materials, sea el Polvo, una sustancia primigenia, pensante, que actúa a su determinada manera. Ya lo escribí alguna vez: para las hormigas no somos seres vivos, sino más que paisaje, porque no tienen la capacidad de comprender nuestro nivel de existencia. Puede que así sea para nosotros. Que el universo sea un organismo vivo, a su modo, en algún nivel superior al que nuestra pequeña mente todavía no puede acceder. Pero quizá la clave también se encuentra en nuestro interior y algún día seamos capaces de acceder a ella, de acceder a todo lo que hay más allá.
El caso es que, allá en el volcán, desperté con la determinación de llegar a la cima. El camino fue ameno, hasta que llegué al puente colgante, que se alzaba por sobre una caída inmensa. Le temo a las alturas. No puedo asomarme por el límite de un edificio, ni siquiera de un puente peatonal. Cuando una persona lo hace, también me asusta. Por lo tanto, cruzar ese puente supuso para mí un reto complejo. Mientras andaba sobre él, las piernas me hormiguearon, sentía cómo comenzaba a temblar y que de un momento a otro caería al vacío. Cruzamos dos o tres puentes similares. Llegamos a la cima. Observé el mundo que había bajo mis pies y me sentí pequeño. Una infinitesimal parte de toda la Existencia. No era contemplar el desierto desde un acantilado —durante ese sueño, no tuve miedo; o tal vez sí, porque no me acerqué al límite—, pero se parecía. Todavía tengo que mirar las estrellas en la inmensidad de la arena y la roca.
Superé un pequeño reto y recibí mi recompensa. Me sentí un poco más valiente. Un poco más sabio. La Vida me enseñó una lección, a pesar de que mi mente había flanqueado.
Soy una persona solitaria, pero detesto estar solo. Me puede, me tumba, me corroe. La soledad es uno de mis retos y todavía no soy tan capaz como para frenarle el paso y saber que la superaré. Pero estoy intentándolo. Incluso mi propia mente es un reto. A veces creo que perderé la cordura.
Entonces, los límites están allí, los retos nos aparecen, porque Ella nos quiere preparar. Y es decisión nuestra si tomamos su ayuda para explotar todo nuestro potencial. ¿De qué hablo? De lo más sencillo, también. Si quieres cantar, ve a clases. Tal vez sea tu destino que tu voz le dé la vuelta al mundo. Pero quizá hay algo que te lo impide. Entonces, deberás demostrar que superarás ese muro y que harás imposibles por desarrollar esa capacidad. Creo que todos estamos destinados a la grandeza, como sea que la definamos, sea encestando una canasta de espaldas, formando una familia y, o volviéndonos grandes cineastas, diseñadores, fotógrafos o escritores, y solo tenemos que ir superando los retos para lograrlo. Así, Ella, la Vida, estará orgullosa y sabremos que somos felices.
«Vas a estar bien. Has subido volcanes y danzado en fuego. Has enfrentado explosiones y resuelto laberintos. Volverás a tu rutina y tus lecturas, y no notarás las noches sabiendo en lo profundo de tu corazón que nunca envejeceremos o moriremos.»