Desde que conocí a la Vida, solo me ha enseñado una única lección importante…
—¡Doble con extra de chocolate!
—¡Es mío!
Lo siento. Ese era mi helado. ¿Qué estaba diciendo? Ah. Claro. La
Vida. Desde que la conocí, solo me ha enseñado una lección importante, y
me dijo que tenía que recordar esta información hasta que… bueno, hasta
que me dejara.
La conocí hace dos años, en una esquina, mientras esperaba por un
autobús. Tenía puestos mis audífonos y estaba escuchando una canción.
La canción no es importante. Ella llegó como una tormenta, y como una
hoja danzando en el viento tranquilo, ambas al mismo tiempo, con cientos
de ángeles interpretando cantos celestiales de fondo.
Bueno, no. Tal vez estoy exagerando, pero fue así como yo lo sentí.
Caminaba como si se tratara del día más hermoso de toda la
existencia, usando un sencillo vestido blanco, una flor azul en su
cabello castaño ondulado y observándolo todo con sus chispeantes ojos
verdes, como dos luciérnagas brillando bajo la luz del sol.
Y quizás estés pensando: «Pero… Ella no es La Vida. ¡Es solo una
chica!». Sí, sí, sí… Solo piénsalo un minuto: La vida es como una niña,
pues es encantadora, pero arrogante; obtiene lo que quiere y si no,
llama a su hermana mayor —tú sabes de quién hablo. A la vida le gusta
lanzar los dados, se queda con los mejores juguetes y es cruel, brutal,
poco amable, salvaje, insensible… como una niña pequeña que quiere algo.
Y ese tipo de Vida, Vida que conocí, era eso, pero con más experiencia.
Caminó hasta que estuvo junto a mí. La Vida huele como a miel,
como a tierra húmeda en el verano; como primavera y, por extraño que
pueda sonar, como oscuridad y hielo.
Le sonreí a la calle, no sé por qué. Ella rió, no sé por qué.
Tenía los audífonos puestos, la música era más fuerte que los sonidos
del tráfico. Pero escuché su risa y escuché todo lo que esperaba
escuchar por el resto de mi vida. Supe, en ese instante, que cualquier
otro sonido que escuchara en el futuro sería nada.
Y luego, cuando la vi de nuevo, cuando giré la cabeza para
apreciar su sentido del humor, fue el final. No era la chica que había
visto hacía unos segundos. Ahora, la Vida era luz y era también la
oscuridad más profunda; se convirtió en silencio y lágrimas saladas,
sonrisas dulces, cosquillas violentas, hermosas mariposas, besos,
multitudes gritando, golpes en la cara, abrazos en la noche más fría,
saltos al más asombroso río, fuegos en la amplitud del desierto…
El autobús llegó. La Vida volvió a ser una chica linda y yo me sentí vacío. Yo era solo un chico, era solo un humano.
—Solo una cosa y recuerda esto hasta que me canse de ti: Soy
peligrosa. Si vas a amarme, ámame cada día, con todas tus energías y sin
vacilaciones, porque eres mío… y yo soy tuya.
Ella tomó mi mano y me ayudó a subir al autobús.
Desde que conocí a la Vida, solo me ha enseñado una única lección importante: Cómo amarla.
Transcripción de un texto en inglés que modifiqué por última vez el domingo 24 de abril del 2016.