Me encuentro a la deriva.
Tengo 21 años. Estoy a punto de terminar la universidad. Todavía no
tengo un trabajo. Tengo ganas de independizarme. Y, por si fuera poco,
no estoy seguro de a qué quiero dedicar mis siguientes años de vida.
Sin duda, no soy el único así. Cuando le conté a una amiga de Perú la
idea de hacer un blog (lo de hacer un blog no fue idea mía, pero a
quien me la dio: ¡Muchas gracias! Seguro estás leyendo esto, y sin ti
estas palabras no existirían) sobre los pensamientos que rondan
actualmente por mi cabeza (¿Qué es ser adulto? ¿Y si no estoy haciendo
lo que me hace feliz? ¿Cómo me enfrento a los múltiples retos de
crecer?) y le ofrecí ilustrarlo, le gustó, y dijo que se sentía
identificada, ya que pasa por una situación similar (sólo que ella va un
paso adelante). ¿Quién lo diría, no? Nunca estamos solos en estos
procesos. Sólo hay que saber dónde buscar para encontrar a alguien afín.
Y en mi vida, he encontrado a más de una persona que ha pasado (o que
pasa) por este proceso.
Mientras esto sucede (o no sucede) en mi existencia, he pensado mucho en qué significa ser adulto.
¿En qué momento esta palabra comenzará a describirme? Caminando por un
parque, acompañado, y explicándolo en voz alta, llegué a la conclusión
de que la «adultez» es un título que se gana (querámoslo o no) con
esfuerzo. Y ni siquiera es un título que se obtenga de golpe. Nadie
llegará, te entregará un papel firmado y te dirá: «¡Felicidades [Inserte
su nombre aquí], has alcanzado la adultez!».
El ser adulto, descubrí (y no es que haya encontrado la respuesta
absoluta con la que nadie más se ha topado), llega a nosotros en etapas,
que se tienen que ir escalando como si de una pirámide se tratase.
¡Claro que podemos quedarnos de pie a la mitad (ya sea por comodidad o
por falta de motivación)! Pero, entonces, jamás seremos adultos hechos y derechos
(algo que sucede mucho con nuestra generación; nadie quiere crecer y
nos hemos vuelto, casi todos, Niños Perdidos que buscan un Peter Pan que
jamás mostrará su cara).
La primera etapa de la adultez llega cuando te das cuenta de
una verdad absoluta: «Estoy creciendo». Como dicen, «el primer paso es
aceptarlo». Me di cuenta de este hecho tan aterrador cuando cumplí 21,
hace unos cuantos meses. Puede sonar como de ficción, pero, en cuanto
recibí una sorpresa que involucró un 21 gigante de globos, el
peso cayó sobre mí, como un gigantesco yunque de 21 toneladas. «Ya tengo
21 años». No hay años menos, sólo años más. No puedo volver a los 20.
Tampoco a los 19. Estoy en los 21. Subsecuente a este hecho, muchas
otras preguntas empezaron a rondar mi cabeza, pero esos molestos
mosquitos no son tema que tratar ahora. Ya habrá palabras para ello.
Entonces, la primera etapa llega cuando te das cuenta de que estás
creciendo. Y decides hacer algo al respecto. Quedarse de pie en esta
etapa representaría el abandono absoluto a la idea de que siempre
podremos vivir con nuestros padres, y que ellos siempre, con gusto, nos
mantendrán. (Por favor, ¡no!).
Todos piensan, alguna vez, en la posibilidad de salir de casa de sus
progenitores. De vivir por su cuenta, o con amigos, o con su pareja. El
ideal de esta promesa, que las series y películas nos pintan de manera
maravillosa, nos encanta como si de un tesoro se tratase. ¿Y a quién no
le gustaría pensar que puede regirse por sus reglas, en su propio reino?
Pero para llegar a obtener este título nobiliario, y sus tierras, hay
otras etapas que sobrellevar..
La segunda etapa viene con el trabajo: una de las grandes
responsabilidades de la vida adulta. Podríamos decir que empieza cuando
redactamos y enviamos nuestro CV y culmina cuando llegamos el primer día
al lugar donde desarrollaremos nuestra labor. Tener un trabajo es subir
un escalón, pero no hay que apresurarse a subir al siguiente. El mejor
consejo que puedo dar es en esta etapa es: trabaja en algo que no se
sienta como un trabajo. No digo que volvamos nuestros hobbies algo por
lo que nos paguen, y con lo cual mantenernos (hay distintas opiniones
acerca de esto). Nuestros hobbies son un lugar para descansar del mundo,
nuestro lugar feliz. Sólo, tenemos que buscar trabajar en un lugar
donde sintamos que vamos encaminados hacia lo que nos hace felices.
En el escenario perfecto (y aquí dejaré de incluirme, porque aún no
toco esta etapa, y narrarlo es el objetivo de este blog), sigues
viviendo con tus padres y ya conseguiste trabajo. Tienes una cierta
independencia económica, y sigues contando con los servicios que el
hogar brinda: techo, agua caliente, comida, televisión, internet, etc.
¿Qué maravilla, no?
Ante este escenario, puedes hacer casi cualquier cosa con tu
dinero. Aún si decidieras ayudar en casa con ciertos gastos (el
teléfono, el agua, el gas, etc.), existe la posibilidad de que aún
tengas suficiente dinero para darte ciertos gustos: salir con amigos o
con tu pareja a donde quieran, comprarte una consola de videojuegos,
libros, discos, o lo que sea que tu imaginación quiera, porque ya
percibes un salario; ya no son tus padres quienes se encargan de cubrir
tus gustos. ¡Y eso es grandioso! Empero, llega la tercera etapa, que no implica un cambio espacial, sino mental. Un rompimiento con respecto a la segunda etapa.
En la tercera etapa, te enfrentas a las terribles decisiones sensatas. ¿De verdad necesito esto? ¿Para qué quiero aquello?
Aquí llegaste al momento previo al despegue: la cuenta regresiva ha
iniciado. «Estoy creciendo. Quiero independizarme». Ya tienes un
trabajo, pero ahora llegó el momento de tomarse la vida en serio y
elegir caminos que le corresponden a la vida adulta (para volverte el
rey o reina de tu reino). ¿Me compro este nuevo celular, o ahorro el
dinero, para poder pagar una renta? Decisiones sensatas es saber
discernir y razonar. Ver más allá del futuro inmediato.
Independizarse implica pagar una renta (en la mayoría de los casos),
pagar por tu comida, por lavar la ropa, por los servicios que siempre
creíste que eran un derecho y que, te das cuenta, son un privilegio
(indispensable, en el mundo en el que vivimos). Y a partir de este
momento habrá muchas variables a las cuales tendrás que enfrentarte:
¿Cuánto cuesta una renta en tu ciudad? ¿Tu salario alcanza para pagarla?
En esta etapa, es cuando debes comenzar a usar una libreta y un lápiz
(o tu celular) y hacer una lista: «¿Qué necesito para vivir por mi
cuenta? ¿Qué tengo para hacerlo?». Buscas lugares. ¿Ya tienen servicios
básicos? ¿Hay una cocina en el lugar al que me voy a mudar, o tengo que
comprar al menos lo que necesito para sobrevivir? ¿Hay dónde lavar mi
ropa? ¿Qué me voy a llevar de casa de mis padres? Y es también en esta
etapa cuando debes comenzar a aplicar la regla 50/20/30 (50 % de lo que
ganas va para los gastos básicos, 20 % para tus ahorros y 30 % para tus
gastos personales). También deberás saber si te moverás por tu cuenta, o
si habrá gente acompañándote (¿Amigos? ¿Están listos para vivir por su
cuenta? ¿Pareja? ¿Están ambos listos para compartir un espacio, una
vida?).
Cuando te das cuenta de que eres capaz de mantenerte por tu cuenta, es hora de entrar a la cuarta etapa
en el camino de la adultez: una vida propia. En la tercera etapa ya
conseguiste un lugar, y te diste cuenta, en la teoría, de que eres capaz
de vivir por tu cuenta. Es hora de ponerlo en la práctica: si puedes
vivir, al menos, un mes fuera de casa de tus progenitores, sin colapsar,
razonando, y sin volver a viejas costumbres (por ejemplo: gastar el
dinero en cosas innecesarias, al menos un tiempo), ¡felicidades, has
entrado en la adultez! Eres monarca de tu reino.
Hay una quinta etapa, que es un anexo a lo que ya has logrado:
ahora que puedes encargarte de tu vida, ¿serás capaz de encargarte de
otra más? Un pez. Un hámster. Un canario. Una tortuga. Un perro. Un
gato. Primero, intenta encargarte sólo de una mascota. Aprende cuanto
puedas de su cuidado (en internet hay muchos blogs y videos que hablan
sobre el correcto manejo de una mascota) y dale mucho amor. Son una
compañía que respira, come y juega, no un objeto más para coleccionar.
Cuídate a ti mismo, luego a alguien más.
«El mundo es un parque de juegos. Lo sabes de niño, pero en algún punto del camino lo olvidas.» Allison, Yes Man (Dir. Peyton Reed, 2008).
Hay ciertos mitos sobre la adultez que, al menos a mi parecer, son una
tontería. Ser adulto no implica dejar de ver caricaturas, ser adulto no
implica dejar de divertirse con lo que te divertías cuando eras más
joven: ¿Por qué dejar de gritar en la montaña rusa? ¿Por qué dejar de
leer libros para niños, si los disfrutas? Ser adulto es madurar, sí,
pero hacerlo con racionalidad. Es saber discernir. Es poder tomar las
riendas de tu vida. Y ser feliz en el proceso, aunque estemos a la
deriva.