Últimamente, he estado escuchando mucho “Death and All His Friends” de Coldplay, la pista número 10 del álbum Viva la Vida. Cuando mi miedo irracional a la muerte emerge, mantenerla a mi alrededor me ayuda a calmarme.
«¿Miedo irracional a la muerte? Pero, el miedo a la muerte es racional.» Vaya, desde cierto punto de vista, puede llegar a serlo. La mayoría de las personas que habitan este mundo no quieren apartarse de él; nos gustan los pequeños o grandes placeres a los que estamos atados. La muerte es tan definitiva y sabemos tan poco sobre lo que hay después de ella ―si es que hay algo―, que resulta normal y hasta recomendable tenerle un poco de miedo o, al menos, respeto.
Sin embargo, ¿cuál es el punto de tenerle miedo a algo inevitable? Todos vamos a morir, un día u otro; en pocos o muchos años. En este momento, mientras lees esto, estadísticamente, es muy posible que alguien esté diciendo sus últimas palabras, sufriendo un accidente o desencadenando una serie de eventos que culminarán en tragedia.
Así está marcado el ciclo del universo: todo lo que nace, tiene que perecer. Si las teorías son ciertas, nuestro cosmos en constante expansión encontrará un fin que dará origen a un nuevo comienzo. Es «el ciclo sin fin».
Ahora se me viene a la mente esto: «Si la muerte del universo dará vida a una nueva serie de galaxias, ¿nuestro fallecimiento a qué le da lugar?» Cuando una estrella de determinadas masas solares explota, puede dar lugar al nacimiento de un agujero negro de masa estelar. Si tal despliegue de energía da origen a algo, entonces, ¿todo depende de la espectacularidad de la muerte del objeto en cuestión, de su tamaño? De ser así, es posible que nuestras muertes sean tan diminutas que no alteren el tejido del espacio-tiempo. Por suerte o por desgracia, cuando un ser humano muere, no hay un gran despliegue de energía. Al menos no en un sentido físico. En un sentido emocional, las cosas cambian.
La primera vez que tuve un ataque de pánico derivado de mi miedo a la muerte, me sumergí en una novela escrita por una amiga, en la que una chica muere y va al infierno para analizar a los condenados bajo el cargo de la regente del lugar. De alguna manera, me reconfortó saber que, si moría, podría ir a un lugar donde el sarcasmo seguía siendo moneda común y donde los ángeles lucharían por ganarse un lugar. Sé que no es así. Sin embargo, Cae Nieve en el Infierno fue un maravilloso escape. Se las recomiendo.
Conforme pasan los años, el miedo va y viene. A veces se queda poco tiempo y, en ocasiones, hasta se toma la molestia de desempacar sus cosas y ocupar una de las habitaciones vacías de mi mente. Su horario favorito para interpretar su espectáculo es cualquiera en el que estoy con la mente libre. Por eso intento mantenerme ocupado; sé que es negación. De un hecho no comprobado, pero, finalmente, negación.
Una de las respuestas que he encontrado para hacerle frente al miedo a la muerte es una de las máximas del budismo: «El deseo es el origen del sufrimiento». Si dejas de desear, dejas de sufrir. Ya he hablado sobre budismo en una entrada anterior del blog. ¿En algún momento has puesto a prueba el dejar de desear como un método para lidiar con el dolor? Por ejemplo, dejar de desear las ataduras humanas.
Me estoy yendo por las ramas, pero, a la vez, no tengo nada más que contar. Me gustaría poder redactar un extenso ensayo de tanatología, pero carezco de los conocimientos necesarios.
Todos vamos a morir. Es irrefutable. Pero hay manera de permanecer y hacerle justicia a las palabras de la canción de Coldplay “I don’t want to follow Death and all of his friends” ―No quiero seguir a la muerte y a todos sus amigos―: deja de perder el tiempo.