Hace tiempo, Nady me introdujo a una de las series musicales más divertidas y, de cierto modo, más profundas que he visto: “Crazy ex-girlfriend”. Me encantaría ahondar en la temática del programa, sin embargo, es una de esas historias que tienes que ver para disfrutarla, y la de “Crazy ex-girlfriend” no es una experiencia que te quiera arruinar.
¿Por qué hablo de esta serie? Porque, entre todas sus canciones, hay una que, para mí, destaca: “Anti-Depressants Are So Not A Big Deal” («Los Antidepresivos No Son La Gran Cosa»). En particular, checa esta parte:
From the moment that we learn to walk and speak / Our parents tell us everyone’s unique / Now, I’m not saying that advice is bad / But honey, you’re not special ‘cause you’re sad.
Ahora, en español: Desde el momento en el que aprendemos a caminar y hablar / Nuestros padres nos dicen que todos somos únicos / No digo que sea un mal consejo / Pero, cariño, no eres especial por estar triste.
Ese, en esencia, es el tema que quiero explorar hoy: no eres especial por estar triste. Y lo digo de la mejor manera posible. Vaya, que otra manera de enunciarlo sería: no estás solo en esto. Sea por la razón que sea, todavía hay personas allá afuera que se niegan a entrar en el maravilloso mundo de los medicamentos psiquiátricos. Aunque, al menos, en 2025, no es algo raro —hablando, por supuesto, desde mi posición en la sociedad y la de las personas que me rodean.
La otra noche unos amigos me dieron aventón a mi casa y empezamos a hablar de antidepresivos y ansiolíticos. Qué toma cada uno, cómo fue el proceso de adaptación y todos esos pormenores que si has ido al psiquiatra ya conoces. Hace poco me cambiaron la medicina que tomaba —adiós Concerta y Fluoxetina— por una que hace el proceso de combatir la depresión mucho más sencillo: ya solo tengo que ingerir una pastilla en la mañana. Y ya no hay efectos secundarios, como sucedía con el Concerta, que me quitaba el apetito y me hacía sentir un poco ansioso. Tampoco noto muchos cambios, pero, ese no es el punto ahora mismo.
Vivimos en una época en la que, o la gente va más a consultas por cuestiones mentales, o el mundo nos consume con mucha más brutalidad: de acuerdo a datos de una investigación encontrada en el sitio scielo.org, entre 2019 y 2021, hubo un aumento del 15.4 % en el número de personas que presentaba algún trastorno mental —18.1 millones en total. Cosa de la Pandemia, quizá.
Con una «búsqueda rápida», no encontré datos exactos de la cantidad de mexicanos que consumen fármacos prescritos para tratar padecimientos de la mente. El panorama global, sin embargo, sí ofrece algunos números con los que podemos jugar, y que indican la relación inversamente proporcional entre los ingresos de un país y la cantidad de este tipo de medicinas que se consumen en él: en naciones de altos ingresos se ingerían 123.61 Dosis Diarias Definidas (DDD) por cada 1000 habitantes. Esta cifra disminuye considerablemente en países de ingresos medios (13.52 DDD) y termina siendo muy pequeña en territorios de ingresos bajos (6.77 DDD). En parte, doy por hecho que tiene que ver con que las pastillas para mover los químicos de tu cerebro no siempre son baratas ni parecen una prioridad ante problemas más tangibles. Hasta allí mis inferencias.
Empero, las razones por las cuales una persona no querría acercarse a este tipo de ayuda son variadas. De entrada, y siguiendo el hilo del párrafo anterior, tenemos el dinero. Hasta antes de que me cambiaran las pastillas, el Concerta me costaba cerca de $3,000 MXN al mes. No es un fármaco muy amigable con la cartera promedio.
Fuentes variadas señalan que otros de los motivos son estigmas sociales y culturales, una preferencia de las personas de «resolverlo por su cuenta», el miedo a los tratamientos (cuestionarse su eficacia o temor a volverse dependiente), falta de información sobre salud mental y limitaciones en los recursos de salud pública —¿o privada?
Desde motivos infranqueables hasta estigmas ridículos, me desvío un poco de la supuesta objetividad para escribir desde lo más profundo de mi corazón: si lo necesitas y tienes la posibilidad, no seas necio/a/e. Ve a una maldita consulta y métete las pastillas por la garganta. Poco hay peor que vivir luchando contra lo que vive en tu cabeza: lo intangible es complejo de controlar. Una pierna engangrenada se amputa. Una mente corrupta —por hacerlo sonar dramático— está destinada a perderse en sí misma.
Muchas personas crecen sin acercarse de manera directa a los trastornos mentales ni a la idea de visitar un psicólogo o un psiquiatra. No es un lavado de cerebro ni te cambia la personalidad. En mi experiencia, visitar a estos profesionales es reconfortante. Soy alguien a quien le gusta hablar y hacer una especie de absurda retórica cómica. O tal vez solo encuentro placer en llevar la contraria. Sea cual sea la razón, le sacaba algunas risas a la psicóloga —lo retomaré pronto, espero—, pensaba en mis problemas desde otro ángulo, no hacía las tareas y eso era suficiente para estar estable. Un poco más feliz.
Los números todavía no están tan altos como podrían, claro. Pero ahí van. Pasito a pasito, suave, suavecito. En Alemania, de 1990 a 2020, hablar de padecimientos como la depresión y esquizofrenia se ha vuelto más común, lo mismo que buscar ayuda. En Inglaterra, de 2018 al 2024, la preocupación por los trastornos mentales superó la preocupación por el cáncer o la diabetes como uno de los principales temas de salud —con lo cual no sé cómo sentirme; cada padecimiento tiene su propio grado de alerta.
De acuerdo a la OMS —Organización Mundial de la Salud— alrededor de 970 millones de personas alrededor del mundo viven con un trastorno mental, y los más comunes son la depresión y la ansiedad. Si quieres ponerlo en perspectiva: se necesitarían 11,149 Estadios Azteca para acomodar a tal cantidad de gente.
Estar «triste» es común. Estar ansioso también. Profesores, directores de cine y teatro, antropólogos, diseñadores gráficos y animadores, videógrafos, psicólogos y baristas, actores, actrices, estudiantes, ingenieros, inspectores, editores… A todos les sucede, y muchos de ellos/as/es están con fármacos.
Si todavía no estás seguro/a/e, te abro la puerta. Es divertido. Te da algo interesante con lo que hacer chistes.
Nota adicional: No pretendo que el título del texto sea ofensivo ni demeritar lo que cada individuo siente con respecto a su salud mental. Cada caso es distinto y debe ser puesto en el contexto de cada paciente. Tener algún trastorno mental sí te hace «especial», tanto como lo haría cualquier otro padecimiento que requiera atención, sea físico o mental. El título es una pulla hacia esas personas que teniendo la posibilidad, y por algunas las causas ya señaladas, eligen de manera libre no buscar ayuda.
Nota adicional 2: Porque soy una persona decente, aquí abajo te dejo algunas de las fuentes que se consultaron para escribir este texto. Digo «se consultaron» porque me apoyé en inteligencias artificiales para encontrarlas y sacar los datos que quería exponer. Pero, nada de aquí me lo inventé, y puedes echarles un ojo:
- https://elpais.com/mexico/2021-02-26/la-pandemia-duplica-el-consumo-de-antidepresivos-y-ansioliticos-en-mexico.html?utm_source=chatgpt.com
- https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S0016-38132023000600527&script=sci_arttext&utm_source=chatgpt.com
- https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC9766760/?utm_source=chatgpt.com
- https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/17579759231204357?icid=int.sj-full-text.similar-articles.4&utm_source=chatgpt.com
- https://bmcpublichealth.biomedcentral.com/articles/10.1186/s12889-024-20533-6?utm_source=chatgpt.com
- https://en.wikipedia.org/wiki/Mental_health_literacy?utm_source=chatgpt.com
- https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC5411288/?utm_source=chatgpt.com
- https://pmc.ncbi.nlm.nih.gov/articles/PMC9971855/?utm_source=chatgpt.com
- https://www.theguardian.com/society/2024/sep/20/mental-health-overtakes-cancer-and-obesity-as-britons-biggest-health-worry?utm_source=chatgpt.com
- https://www.who.int/health-topics/mental-health?utm_source=chatgpt.com