AGOSTO, 2018.
Debió haber sucedido un viernes o un sábado. Podría ser preciso e ir a revisarlo. Tal vez fue de domingo a lunes. Sí. De hecho, creo que fue de domingo a lunes y por eso resultó tan sorprendente. Si hubiera tenido un fin de semana, habría podido ver a mis amigos y despedirme como era apropiado.
Entonces, debió haber sido un domingo. Tenía la entrevista de trabajo el lunes, aproximada— ¿Sí era lunes? Bueno, como sea, tenía una entrevista al día siguiente—
Era martes. Ese día supe que el miércoles 22 tendría una entrevista a 905 km de distancia en avión. Necesitaba comprar el boleto, hacer mi maleta, tener todo preparado y
«todo» se resume en lo que iba a cargar en mi maleta para documentar y en la de mano. Hacía tiempo que había decidido que me iría, porque no lo estaba pasando del todo bien. Me había convertido en una versión de mí que no me agradaba. Mi rutina diaria se limitaba a despertar tarde para dibujar, comer algo, seguir dibujando y ver algo, comer y dibujar y así sucesivamente hasta dormir tarde. El dibujo se volvió una especie de terapia que me ayudaba a mantener la mente ocupada —algo que necesitaba hacer. Para este momento, ya había desaparecido de la vida de muchas personas y a mi entender, la ciudad estaba embrujada.
De cierta manera, lo mejor que podía hacer era alejarme de ella. Huir. Un trabajo en otro lugar sonaba a la excusa perfecta. Por esos días, ni siquiera me importaba encontrar empleo en donde estaba. Prefería pensar que me iría mejor en otro sitio. Días antes, semanas quizás, había guardado gran parte de mis pertenencias en cajas; de otras me desharía de algún modo, porque también estaban embrujadas: ropa, libros, zapatos, películas, regalos. Incluso las personas estaban embrujadas. Yo no quería eso. Pero, ¿por qué enfrentarlo cuando puedes mirar hacia otro lado, irte lejos?
Entonces, esa noche, martes 21, hice mis maletas.
NOVIEMBRE, 2019.
Recientemente, me volví más cercano del grupo de amigos más cercanos de mi mejor amigo
—sí, esta oración podría ser más sencilla. Él los conoce desde la primaria, mientras que yo me acerqué a ellos por primera vez durante la preparatoria. No tengo muchos recuerdos de eso. En realidad, aunque le guardo mucho cariño a esa etapa de mi vida, no guardo muchas memorias de ella.
El caso es que uno de los miembros del grupo anunció que consiguió trabajo en otra ciudad. Cuando leí el mensaje, me sentí un poco confundido y no supe de qué manera responder. No estoy acostumbrado a que sean otros quienes se van.
Lo primero que me vino a la mente fue una sensación de tristeza, o algo similar, un vacío. Conectas con alguien y después ese alguien se va. Supongo que así deben sentirse los arqueólogos cuando encuentran un tesoro de la historia y tienen que entregarlo a un museo.
Lo segundo que me vino a la mente fue alegría por él. ¿Qué te puedo decir? Así somos los humanos: egoístas.
AGOSTO, 2018.
A las 4:00 AM del miércoles 22, ya estaba en el aeropuerto. Mi familia esperó conmigo. Mi vuelo salió a las 6:00 AM. Llegué a mi destino a las 8:00 AM y fue recogido por un tío.
Así que allí estaba, un muchacho de 21 años alejándose de la ciudad donde estaban su familia y amigos, mudándose al lugar donde había nacido
,en el que en realidad había pasado como dos o tres años de su infancia, además de unas cuantas vacaciones. Mi mente era un desastre, lo que implica que mis emociones y sentimientos también lo eran, estaban entumecidas. Quizá todo yo estaba entumecido. Pero me encontraba lejos de la ciudad y de todo lo que representaba. Había dejado atrás a los fantasmas y sus susurros. Estaría bien, ¿no?
Hice lo que tenía que hacer durante ese día. Tuve mi entrevista y vi al resto de la familia: abuelos, primos, tíos…
Durante los primeros días, dormí en casa de mi abuela y me enfrenté al tiempo del que ahora gozaba, en una ciudad que, se supone, era la mía. Un cielo distinto, viento distinto, personas distintas. Caminaba y tomaba fotografías y dibujaba. También dormía. Mucho. Al menos al inicio.
Luego de un tiempo me moví a la casa que mis padres tienen allá. Nadie la ocupaba más que para guardar cosas. Durante las primeras noches, uno de mis primos me hizo compañía. Después, era solo yo en una casa más bien poco amueblada.
Los días pasaban, pasaron. No tuve noticias de la contratación sino hasta el siguiente mes—
SEPTIEMBRE, 2018.
—y ya estaba considerando trabajar en otro lugar del que me habían llamado luego de ir a dejar mi currículum. Finalmente, decidí que si había dejado toda una vida detrás y tan de pronto para asistir a una entrevista de trabajo, lo menos que podía hacer era esperar a tener una respuesta de dicho trabajo.
Comencé a trabajar como editor en septiembre. No estoy seguro de qué día. Ese trabajo me obligó a enfrentar fantasmas: aprendí a no perder el tiempo, a no dejar que me distrajeran. A hacerlos a un lado y permitirme ser yo.
Conocí a la persona a la que iba a reemplazar. Era agradable. Todos eran agradables, a su modo. Era un lugar pequeño, por lo que la dinámica era casi la de una casa donde varias personas estuvieran viviendo juntas.
A veces me quedaba a trabajar hasta muy tarde. A veces solo quedábamos dos personas. Fue durante esta etapa, creo, que comencé a ver a la Nostalgia como un padecimiento generacional.
Generé una rutina. No aprendí la manera de hacer amigos con otras personas que no fueran de mi trabajo o de mi familia. Hablar con los demás se me complica: no sé cómo dar el primer paso y si lo intento, tiendo a tropezar. Fue durante esta etapa que noté que la vida no es siempre como una novela para jóvenes adultos en la que, como protagonistas, encontramos maravillosas historias que nos cambian en esencia, que involucran amor y grandes amigos que nos seguirán sin poner en duda nuestras decisiones. No. A veces somos parte del fondo y eso también tiene su encanto.
O, en ocasiones, toda la aventura está sucediendo en algún rincón de tu cabeza.
NOVIEMBRE, 2019.
Fue la reunión de despedida, pero no había tristeza flotando en el aire. Al menos no como la conocemos, ya que, por supuesto, la tristeza tiene otras formas, siendo como es experta en el camuflaje. Reímos mucho y se recordaron historias del pasado, se habló del presente y también del futuro.
El crecer no solo implica cambios físicos. Peter Pan podrá no querer ser un adulto en cuerpo, pero su alma es más madura de lo que podría parecer en un primer acercamiento. Crecer implica tomar decisiones y aceptar sus consecuencias; pensar en cómo afectarán a tu presente y cómo eso repercutirá en tu futuro. Si una oportunidad se te presenta, en ocasiones el aceptarla implicará sacrificios.
Tus amigos seguirán allí, ¿sabes? Y como se mencionó aquella noche, ahora esta situación es mucho más sencilla que hace algunos años: si extrañas a alguien, le puedes mandar un mensaje; si le quieres ver, le puedes pedir una videollamada. No es y jamás será lo mismo que tener a alguien a tu lado, poder abrazarle y sentirle, pero hay que tomar lo que tenemos y hacer lo mejor que podamos con ello.
SEPTIEMBRE, 2018.
Cuando abandonas un lugar, los fantasmas pueden quedarse atrás, dejarte en paz porque están arraigados en la tierra. Aunque también los hay persistentes, que te susurran que no te han dejado y que parece que no lo harán.
Enfrentar a esos fantasmas en la soledad de una casa más bien poco amueblada, con el cansancio de las horas y de la monotonía del día, puede ser una idea terrible. O tal vez no.
NOVIEMBRE, 2019.
Las decisiones son complicadas para muchas personas y más cuando los beneficios no son inmediatos, seguros o fáciles de ver. ¿Cómo podemos saber que estamos dando el paso correcto? No siempre es posible. En la vida, algunas decisiones implican un salto de fe y dejar atrás o dejar ir.
Yo no soy una persona reflexiva a la buena manera. Sí soy alguien que le da muchas vueltas a los asuntos y que no llega a ninguna resolución precisa y racional luego de su análisis. Tiendo a dar vueltas entorno al agujero, pensar en su forma y considerar que habrá en el fondo, para después saltar y esperar que haya agua y no solo rocas afiladas esperando a recibirme con su oscuridad.
OCTUBRE, 2018.
Adopté un perro y lo llamé Ramen. Ramen se volvió otro asunto en el cual ocupar mi mente. Tenía un refrigerador en casa, pero estaba vacío. Solo estaba conectado por saber que contaba con él. Tenía una mesa y dos sillas. Mi cama. Una hamaca. Una televisión. Mi familia me había mandado una caja que yo había preparado para que viajara conmigo, aunque no lo había podido hacer sino hasta tiempo después
—no sé si llegó en octubre o en septiembre o quizás en noviembre, pero allí estaba. Su contenido eran los volúmenes 1 al 4 de Scott Pilgrim, Lost At Sea y Seconds, unas cuantas películas como Stardust, (500) Días con Ella o 21 Blackjack; también venía allí dentro la trilogía de la Materia Oscura, Neverwhere y Soy el Número Cuatro, además de todos mis CDs. Mis pequeños tesoros que acomodé en una pequeña mesita.
Ah. También tenía una mecedora y en ocasiones me daba miedo escucharla meciéndose en medio de la noche o verla moviéndose cuando no debería estarlo haciendo.
El refrigerador estaba vacío porque desayunaba, comía y cenaba en casa de mi abuela, lo que agradecía y todavía agradezco mucho. Demasiado dinero se va en comida y durante mi estancia allá, solo tuve que preocuparme por los comestibles que eran un antojo nada saludable.
Intenté hacer de algún lugar mi espacio feliz. Visité al menos un par de cafeterías y lo intenté en el parque más grande, que por desgracia tenía demasiadas palomas como para mi gusto. Caminaba por las noches en las calles de la ciudad, cámara en mano y buscando algo que retratar. Alguna vez, luego de visitar a una persona que tiene una panadería
—una persona con la que hablé sin ser de mi trabajo o mi familia—, llegué al final del malecón. Allí había un espacio abandonado, una plataforma de concreto que se adentraba en el mar, con una pequeña muralla destruida. Había césped mal cortado. El mar chocaba contra el concreto. Me subí a la muralla y caminé sobre ella, saltando entre las partes caídas. Si yo hubiera caído, tal vez el mar me habría devorado.
¿Alguna vez te has sentado frente al mar, en plena noche, y te has fijado en que ya no hay manera de distinguir la línea del horizonte? Agua y cielo son lo mismo y las olas susurran y gritan y llaman. Mientras observaba esa tremenda negrura, descubrí cuán aterrador puede ser el mundo y su vacío. El océano es un titán que se agita, pero que aún está dormido. No queremos que abra los ojos.
También añadí a mi rutina el llegar antes al trabajo y sentarme en el malecón a ver el agua, escucharla y disfrutar de esa tranquilidad. De cierto modo, me volví un observador pasivo de las vidas que sucedían a mi alrededor. Iba y me perdía entre la multitud. Éramos mi cámara y yo, guardando las lecciones que iba aprendiendo.
Supe que los fantasmas tenían que irse cuando me lastimé los nudillos golpeando la pared. Y cuando grité. Ya no era divertido. Ya no era algo que podía ignorar, porque no se habían quedado donde yo creí que los había dejado. La soledad me estaba obligando a enfrentarlos de frente. Seguía dibujando, pero los dibujos comenzaban a perder el sentido.
Dejé de dibujar a diario.
NOVIEMBRE, 2019.
A veces pareciera que para algunas personas es más sencillo tomar decisiones.
NOVIEMBRE, 2018.
Caminé por la ciudad bajo la lluvia. Me recosté a observar el mar en un lugar donde, supongo, no estaba permitido que lo hiciera.
Subí el último dibujo del año. Ya no tenía sentido.
DICIEMBRE, 2018.
Entré a la boda de unos desconocidos. Perseguí a una iguana. Seguí una peregrinación. Tuve una cena de Navidad con la gente de mi trabajo y otra con mis abuelas y primos y primas y tíos y tías. Celebré año nuevo y pasé gran parte de la noche haciendo llamadas a amigos. Hablé mucho tiempo con una ex novia. Hablé con personas que ya no estaban embrujadas. Empecé a tomar una decisión.
NOVIEMBRE, 2019.
Buscaba un regalo. Cuando estuve solo, ¿Estamos Okey? de Nina LaCour me hizo feliz. De los libros que leí en esta época, fue el que más me gustó. Quería encontrar algo así. Pensé en un libro y no lo tenían. Cuando salía de la librería, mis ojos se toparon con El Océano al Final del Camino de Neil Gaiman. Parecía apropiado. Espero recordar bien que se trata de una historia sobre crecimiento, sobre recuerdos. Y el mar me ayudó a mí, me hizo compañía, me enseñó.
ENERO, 2019.
Le llamé a personas que no habían sabido de mí en varios meses. Supongo que fue una grata sorpresa para algunos de ellos. Los fantasmas comenzaban a alejarse; comenzaban a dejarme en paz a mí y a las demás personas. Había viajado y me había enfrentado a mí mismo, a lo que llevaba en mi interior.
El cielo era ciertamente distinto, al igual que las personas.
Descubrí que podía hacer una lista de lo que ese lugar me había enseñado. No solo había crecido, sino que había madurado. Me planteé propósitos de año nuevo a partir de mis aprendizajes. Sentía que me faltaba algo más que aprender antes de irme, porque ahora lo sabía: tendría que irme. Ahora lo sabía: sí había tenido mi historia. Mi encuentro.
Decidí que partiría. Renuncié a mi trabajo el 16 de enero, aunque desde principios de mes anuncié que había decidido volver al lugar del que había llegado. Tenía que quedarme 15 días más y en esos quince días, tendría que aprender la lección que me faltaba. Allí había descubierto muchas cosas; había cometido errores y me habían enfrentado por ello. Lo agradezco. Mejoré gracias a esos enfrentamientos.
El 31 de enero compré pulseras para mis amigos. Solo me faltaba entregar una, a una amiga a quien no he podido ver. Creo que perdí ese regalo y no sé si tomarlo como algo simbólico o solo como un descuido mío en la mudanza. También compré dos anillos, uno blanco y uno negro. Balance. Perdí el negro. Tal vez también es algo simbólico u otra manera de afrontar mis descuidos.
FEBRERO, 2019.
El 1 de febrero, me fui de la ciudad en la que había nacido para volver a la que ya no estaba embrujada, ahora con menos fantasmas detrás de mí y listo para hacerle frente a los nuevos que vinieran, para mantener a raya a los que todavía hacían eco en mí y dispuesto a mostrarme fuerte por si alguno de los anteriores decidía volver
—lo han intentado.
¿Había aprendido algo más en esos 15 días? Tal vez. Si anoté todos mis aprendizajes, no sé en dónde los dejé, además de en mí.
NOVIEMBRE, 2019.
¿Cuál es el punto de contar todo lo anterior, y entonces, de leerlo? Quizá no haya uno. Quizá la situación del amigo que consiguió un nuevo empleo y que nos avisó tan de repente me recordó a mí mismo. O tal vez esto sea una carta con una lección: salta.
Yo hablo de enfrentar fantasmas y ciudades embrujadas. No sabía que me estaba yendo para eso, aunque la excusa fuera un trabajo. Las motivaciones en las historias suelen presentarse de muchas, distintas maneras. Los protagonistas tienden a enfrentarse a la decisión de si tomar la aventura o no: seguir como hasta ahora o arriesgarse a lo desconocido.
Irte no está mal. Volver tampoco. Aprender en estos periplos es lo que importa. Las experiencias nos cambian, sean del tipo que sean. El cambio es parte de la vida y el caos es solo un orden distinto al que conocemos.
Un personaje puede ser activo o pasivo.
Los procesos llevan su tiempo. Son pocas las cosas que se dan de la noche a la mañana. Paciencia o impaciencia, lo importante es hacer algo. El estoicismo no es natural.
Un personaje puede llevar la trama o ser guiado por ella.
Si no hay algo perdido, no hay algo que encontrar, seas tú o algo o alguien más: piérdete. La soledad nos enseña lecciones que acompañados no podríamos aprender; el silencio nos permite escuchar más allá de lo que podríamos percibir dentro de una multitud. El deseo genera sufrimiento.
Adentrarse en una mina es adentrarse en las entrañas mismas de la tierra.
Yo hablo de enfrentar fantasmas y ciudades embrujadas. ¿Tú?
Si estás A La Deriva, el mar es un amigo.
Si quieres saber quién eres, camina hasta que no haya nadie que sepa tu nombre. Y en ese camino, no olvides que un lugar es tan bueno como sus personas.